La creciente inseguridad energética en la isla llegó a un considerable pico de tensión en mayo de 2024. El déficit de energía alcanzó los 3 360 MW mientras los cubanos se batían con 40 °C sostenidos de temperatura. El parque energético del Sistema Eléctrico Nacional (SEN), bastante obsoleto, tenía más de una decena de centrales termoeléctricas y equipos electrógenos fuera de funcionamiento. En consecuencia, en las provincias del país se registraron cortes de electricidad casi diarios de entre cuatro y 18 horas.
El déficit energético ha llevado a los cubanos a soluciones cada vez más rebuscadas para gestionar la vida diaria, que incluso ponen en mayor riesgo la salud de la población. Food Monitor Program evaluó el agravamiento de la inseguridad energética en Cuba, su impacto en el acceso, conservación y elaboración de los alimentos y los riesgos de los combustibles alternativos.
La importancia de la energía eléctrica en la seguridad alimentaria
La seguridad energética es el proceso ininterrumpido de asegurar la cantidad de energía que se necesita para mantener la vida y las actividades diarias de las personas y para garantizar su asequibilidad. La inseguridad energética afecta el suministro y la sostenibilidad de las necesidades básicas de los seres humanos. También obstaculiza el crecimiento económico del país, la estabilidad política, así como el desarrollo general y la seguridad de otros sectores, como la agricultura y la industria manufacturera.
Hace casi dos décadas (2005) ocurrió en Cuba la llamada «Revolución Energética», un programa gubernamental que reemplazó equipos electrodomésticos viejos por otros de fabricación china. Como parte del proyecto, un tercio del país migró casi exclusivamente a la cocción mediante energía eléctrica (utilizando arroceras, ollas reinas y cocinas eléctricas o de inducción). Aunque el giro debía garantizar patrones de consumo positivos y más ahorradores, tres años después la demanda total de energía había aumentado en un 33 %, lo que convirtió a muchos territorios dependientes de la energía eléctrica para la elaboración de los alimentos.
Incluso en provincias que mantienen un sistema híbrido (gas y electricidad), los cortes de energía están golpeando la capacidad física de cocción y el bienestar emocional de las personas. En Mayabeque, un residente de 40 años explica el impacto que tiene la inseguridad energética y alimentaria en su equilibrio emocional:
«Te acuestas de mal humor y te levantas de mal humor. Tengo que inventar qué desayunar porque no hubo corriente en la panadería para el pan del desayuno y yo no gano para estar comprando jabas de pan diariamente. La verdad, no tengo alternativas y mi única realidad es que hay que aguantar, es mejor ponerse flaco que volverse loco».
Ante la precariedad, la primera reacción de muchas personas es «aceptar», sin considerar otras estrategias por falta de tiempo o recursos.
«Yo no tengo estrategias ni pienso que la comida puede estar en mal estado, me la como así mismo. Si lo pienso mucho, no me la como», aseguró al FMP una residente en Santa Clara, de 23 años, que experimentaba entre ocho y 13 horas sin electricidad a diario.
Dada la posibilidad de que los refrigeradores colapsen por el esfuerzo diario de volver a enfriar bajo 40 grados de temperatura, muchos hogares han optado por desconectar los equipos definitivamente y comer «al diario».
«Hago cosas que no se echen a perder. Llevo comiendo arroz y ensalada más de una semana. No me arriesgo a comprar un pedazo de carne que posiblemente esté echada a perder cuando la compre. No tengo alternativas, mi refrigerador es viejo y demora para arrancar casi una hora después de que llega la corriente, tengo miedo de que se me rompa por la gracia de la luz», comentó la joven villaclareña.
Otra opción que utilizan las f