Camino por la calle Obispo, rumbo al trabajo, como todos los días. Es temprano en la mañana y aún no hay muchas personas transitando. Aunque ya se va haciendo cotidiana la degradación del país, sus calles y su gente, no dejan de asombrarme los cestos de basura desbordados, los portales sucios, las tiendas abandonadas. Es inevitable notar lo gris que se muestra este bulevar que tanto esplendor tuvo.
Me detengo frente a una de las carretillas de las entrecalles y compro unos plátanos para el almuerzo. Levanto la vista después de recoger el vuelto y ahí está ella: «¿Amiga, tiene algo que me dé para comer?».
La mujer que me pide ayuda se llama Clara* y tiene 48 años. Llegó a la capital en noviembre de 2018, desde la provincia de Holguín. «Conocí a un hombre y pensaba que mi vida cambiaría para mejor. Además, sentía que aquel ya no era mi lugar», dice Clara, «no había trabajo y la comida ya escaseaba».
Al principio, la vida en La Habana fue maravillosa. Clara encontró trabajo rápidamente como dependiente en una cafetería y se instaló con su compañero. «Todo parecía ir perfecto, como si mis problemas se hubieran quedado atrás». Pero esa felicidad duró poco. Al cabo de un año, su pareja comenzó a mostrar comportamientos violentos. «Primero eran insultos, luego vino la violencia física», me cuenta. «No tenía adónde ir, así que soporté el maltrato».
El género sí influye
La limitación del mercado laboral para las mujeres, la reducción de su rol al ámbito maternal y reproductivo y la cosificación sexual, entre otros factores, las mantienen con una alta dependencia económica de parejas u otras personas. Una simple ruptura sentimental puede significar la falta de recursos económicos básicos para la supervivencia y el bienestar social. Por esta razón, muchas mujeres mantienen relaciones de pareja insatisfactorias o se emparejan para obtener un «elemento de protección», e incluso no denuncian agresiones o violencias machistas, para no terminar en la calle.
Muchas mujeres, además, tienen a su cargo niñes o adolescentes a quienes desean proteger de la falta de un hogar. No se trata únicamente de encontrar un lugar para resguardarse del clima, sino también de ofrecer un ambiente que brinde seguridad y protección, aunque no siempre se garantice que dicho entorno sea seguro.
El déficit habitacional en Cuba es de 856,500 viviendas, según datos del Ministerio de la Construcción (MICONS) que recogió el diario Granma en febrero de 2024. La Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género de 2016 reveló que el 35% de las mujeres identificaba la escasez de vivienda como uno de sus problemas principales, mientras que un 10% mencionó la violencia y el maltrato, aunque sin especificar el contexto.
El 35% de las mujeres identificaba la escasez de vivienda como uno de sus problemas principales, mientras que un 10% mencionó la violencia y el maltrato.
Sin embargo, un análisis más exhaustivo de las respuestas reveló que el 36,9% de las mujeres había sido víctima de violencia machista en sus relaciones de pareja en algún momento de sus vidas. Frente a situaciones de agresión, el 57,4% de las mujeres consideraría el divorcio como opción, mientras que solo un 8,1% optaría por abandonar el hogar. De aquellas mujeres que sufrieron violencia en la pareja, solo un 3,7% había buscado ayuda en alguna institución o servicio. No existen datos disponibles —al menos públicamente accesibles— que establezcan una conexión entre los problemas de déficit habitacional y la violencia de género en la sociedad cubana.
Recientemente, Diario de las Américas publicó un artículo sobre personas en situación de calle en Cuba. Uno de los casos abordados es el de Miriam, cuya casa se derrumbó durante un huracán y su familia fue reubicada en un albergue en Guanabacoa. «Sufrí “tocamientos” de mis tíos, golpes de todos los varones. Un día decidí no regresar más nunca al albergue», relató Miriam sobre la violencia que la llevó a vivir en las calles, donde ha sobrevivido por más de cinco años.
Una vivienda alternativa, ya sea como refugio o propiedad personal, es uno de los mayores obstáculos para las mujeres víctimas de violencia intrafamiliar. La campaña Por Refugios en Cuba ¡Ya!, llevada a cabo en 2020 por el observatorio de género independiente YoSíTeCreo en Cuba, señalaba que aunque las casas de orientación de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) pueden brindar asesoría, en Cuba no existen centros de acogida, y las políticas de prevención y protección para las víctimas son insuficientes o inexistentes.
Aunque las casas de orientación de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) pueden brindar asesoría, en Cuba no existen centros de acogida.
El Censo Nacional de Población y Viviendas de Cuba realizado en 2012 indicó que aproximadamente 1,108 personas vivían en las calles, de las cuales 958 eran hombres y 150 mujeres. De este grupo, 641 tenían entre 16 y 59 años, mientras que 467 eran mayores de 60 años. En un artículo de Cubadebate publicado en febrero de 2024, se informó que entre 2014 y septiembre de 2023 se habían identificado 3,690 personas con «conducta deambulante» en el país y de ellas el 86% eran hombres. Estas cifras oficiales son tres veces mayores a las registradas en el censo de 2012.
La menor prevalencia de mujeres entre el colectivo de personas en situación de calle es sorprendente. Según el Observatorio de Cuba sobre igualdad de género, las mujeres presentan las tasas más bajas de inserción laboral, lo que las coloca en una situación de mayor vulnerabilidad socioeconómica en comparación con los hombres. Esta aparente paradoja se debe en gran medida a la forma en que se registra administrativamente a las personas sin hogar. Al reducir el fenómeno del sinhogarismo a quienes duermen en la calle o residen temporalmente en centros de acogida, la problemática de las mujeres sin hogar se vuelve prácticamente invisible.
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