Los cubanos no hablamos de béisbol, lo de nosotros es LA PELOTA, esa que cualquier nacido en esta isla, sin importar el sexo jugó por primera vez con primos y vecinos en la calle del barrio, allí donde los más diversos objetos (tablas, tubos, raquetas…) fueron bate y retazos de tela fuertemente amarrados, casi siempre con complicidad de algún adulto, se convirtieron en pelota.
El portal de Rosa, la reja de Pepe y la escalera de Tita eran las bases; el tiempo fuera estaba marcado por el tránsito vehicular y peatonal, la peor falta era que la pelota cayera en el patio de la «vieja insoportable», que incluso dependiendo de su maldad podía hasta negarse rotundamente a devolverla, más de una vez esos encuentros arrabaleros terminaban en reyerta, al día siguiente los implicados no recordaban el intercambio de golpes y volvían por sus compañeros de equipo a declarar bola viva y reinicio del juego.
A veces había algún afortunado propietario de bate, guantes y pelota, ese sin importar sus