Carlos Díaz ha traído nuevamente el controversial personaje al escenario habanero, ahora en una puesta deslumbrante. Para ello parte de Réquiem por Yarini, el texto de Carlos Felipe (1914-1975), uno de los pilares de la dramaturgia cubana.
Según noticias, el autor comenzó la escritura de su pieza alrededor de 1947. En un inicio, la tituló El gallo. La abandona ante la certeza de que una obra sobre los bajos fondos de la ciudad no sería vista con buenos ojos por la pacata sociedad de la época, y no es hasta 1954 que retoma el proyecto, esta vez con el título de El rey de la zona. En 1958 la nombra, finalmente, como ha llegado hasta nosotros, y en 1960 la da por concluida. El estreno mundial de Réquiem por Yarini se produjo en 1965 bajo la dirección de Gilda Hernández con el Conjunto Dramático Nacional.
Desde entonces no ha dejado de representarse, y el polémico personaje, partiendo de la lectura que de él hace Felipe, ha ido a dar al cine (Los dioses rotos; Daranas, 2008), la radio, la televisión y la literatura (Personas decentes; Padura, 2022; El gallo de San Isidro; José Ramón Brene, 1964).
El Yarini que vemos en escena es un personaje con existencia histórica, pero versionado por el autor y artísticamente retocado por Carlos Díaz, que tuvo el auxilio de Norge Espinosa para la dramaturgia del espectáculo.
El duelo a estilete entre Yarini y Lotot, que propone la obra, y que causara su muerte, no ocurrió. Yarini falleció el 22 de noviembre de 1910, a la edad de 28 años, a causa de cinco disparos recibidos en una reyerta entre proxenetas cubanos y franceses por el dominio del barrio portuario de San Isidro. Un suceso prosaico que el arte ha romantizado, como su propia vida, en la cual ejerció el ruin oficio de chulo o explotador sexual de mujeres.
Como venía de una familia acaudalada (sacarocracia), como era apuesto y de finas maneras, como hablaba a la perfección el inglés (había estudiado en los Estados Unidos), no fue difícil que el imaginario popular lo convirtiera en un paradigma: el hombre que cualquier mujer quisiera “tener”, el macho que cualquier hombre quisiera “ser”. Y si en algún momento su figura causó fascinación, con el tiempo se ha ido empequeñeciendo. No así la obra de Carlos Felipe, un clásico destinado a perdurar.
Yarini es retratado por el dramaturgo como un héroe trágico, alguien que tiene que cumplir su destino inexorable. Él llamó a su Réquiem… “una tragedia griega cubana”. Y en verdad, posee esa dimensión y empaque, con sus diálogos grandilocuentes y sentenciosos, con el constante entrecruzamiento entre deidades y seres humanos, ya en forma de apariciones fugaces u oráculos; en este caso, los provenientes del mundo de la santería o Regla de Ocha.
Sobre la escena
En esta puesta el director mueve un gran grupo de actores, cuya presencia de cara al público es constante. En la función del sábado 13 de julio fue particularmente sobresaliente Antonia Fernández, como La jabá; potente, matizada, contradictoria, exacta en las transiciones). Muy bu