Muy cerca de la icónica Plaza de la Revolución de La Habana y del monumental Estadio Latinoamericano, está el barrio de El Platanito.
En una zona tan céntrica, cercana igualmente a varios ministerios y la propia sede del Gobierno cubano, podría pensarse que no debería existir una barriada como esta, humilde, marginal, levantada sin más planificación y voluntad que la de sus propios habitantes. Y, sin embargo, ahí está.
Enclavado en el municipio Cerro, El Platanito remonta su historia a décadas atrás. Comenzó a crecer poco a poco en los alrededores de un tramo de la antigua Zanja Real, que nunca llegó a ser canalizado y se convirtió en una corriente de aguas negras al descubierto aún en pleno siglo XXI.
Ni las labores de urbanización de la zona cuando la construcción de la por entonces denominada Plaza Cívica, ni las actualizaciones y trabajos posteriores, en las décadas siguientes a la revolución de 1959, cambiaron mucho el panorama del barrio. Así siguió creciendo en su estrechos márgenes, con o sin la anuencia de las autoridades, y desconocido por muchos habaneros.
La barriada tiene como uno de sus bordes la conocida avenida 20 de Mayo, de la que se adentra hasta la zanja contaminada y los terrenos yermos a la altura de la calle Pedro Pérez. En este espacio de unas pocas cuadras, muy cerca en la actualidad de los llamados edificios Granma, aparecieron hace muchos años las primeras casas hasta convertirse en el barrio que es hoy.
Lo mismo endebles viviendas de madera con techos de zinc, con estrechos pasillos intermedios, que otras de placa y mampostería con más de una planta, coinciden hoy en El Platanito donde, como en toda Cuba, se han ido visibilizando las diferencias económicas de sus residentes.
De callejuelas y pasillos laberínticos, pasos de tierra y yerba entre las casas, árboles que se asoman por encima de las cercas y los techos, El Platanito es más que la zanja fétida que se desborda con las lluvias y llega hasta las viviendas cercanas.
Es un lugar, uno de muchos, donde la gente vive —o sobrevive— lo mejor que puede, muy cerca y a la vez lejos de la ciudad que lo rodea. Así nos lo descubre Otmaro Rodríguez en su recorrido fotográfico de este domingo por una Habana que no asoma en las postales turísticas ni en los noticieros estatales.