Todavía resuena la remontada histórica de Industriales en el duelo con Santiago de Cuba, su insigne rival, que le dio el boleto a las semifinales del actual campeonato cubano de béisbol. El hecho volvió a prender en la afición (sobre todo la azul) algo de la efervescencia beisbolera de antaño. Esa llama se extrañaba porque la Serie Nacional pasa desde hace varias ediciones con más pena que gloria.
Estuve en el segundo de esos juegos entre los capitalinos y los santiagueros, en el Estadio Latinoamericano, hace unas semanas. Confieso que cuando llegué a Cuba y supe que coincidría con el famoso tope, hasta me emocioné. Volvería, después de mucho tiempo, a ver en vivo y directo el clásico de la pelota cubana. Iba en busca, además, de un baño de la energía y el ambiente que se daba en las gradas de un estadio cubano.
Por más increíble que resulte, primero me costó encontrar en los medios de comunicación locales información sobre los horarios del partido. Gracias a que lancé una bola con preocupación por redes sociales algunos aficionados la atraparon y me brindaron los detalles.
También pregunté si había que ir con tiempo, porque recuerdo que antes, en un clásico entre Industriales y Santiago de Cuba, cuando de un lado estaban Vargas y Padilla y del otro Pacheco y Kindelán, el coloso del Cerro se abarrotaba y no aparecía un huequito en el que sentarse.
Pero en mi retorno, cuadras antes de llegar ya se anticipaba la desolación con que me encontraría. Las calles silenciosas. Antes se sabía que estaban jugando en el Latino porque el bullicio y la conga de dentro del estadio se escuchaban en los alrededores.
Entré al Latino y, en efecto, parecía un desierto, con pequeños oasis de público. Las gradas, que solían estar repletas de fanáticos y entusiastas, lucían vacías. Había tan pocos espectadores que podía escucharse el golpe de la pelota en la mascota del catcher, el contacto de la redonda con el bate, las voces de los peloteros en el terreno y hasta algunas indicaciones que les gritaban los mánagers desde el dugout.
Sobre el banco de Industriales, pegado a tercera base, un grupo de no más de diez personas configuraban la peña de fieles alentadores del conjunto azul. El resto miraba con parsimonia desde sus lugares en el graderío.
Del otro lado, en el ala de primera base, estaban los entusiasmados que respaldaban a los de la Tierra Caliente. Cerca, sobre el banco de los visitantes, corría la avispa santiaguera, la mascota del equipo, de un lado a otro como sola en la carretera, alentando a los suyos. Por cierto, su colega el león no estaba.
La moderna pizarra electrónica donada por la compañía surcoreana Samsung en 2017, que con tanto bombo y platillo se anunció en su momento estaba ahí, como de luto, apagada.