Por Lorena Vicenty
Frío. No solo se trata del invierno. Es el hormigón, el hierro de las rejas y la soledad. En la cárcel, el frío es íntegro y cala en los huesos, en la mente y congela la vida en un tiempo en el que sobrevivir es la meta. Entrar en calor puede dar una pausa y, por eso, 24 integrantes del equipo Tehuelches XV de la Unidad de Detención 11 de Neuquén, provincia de la patagonia argentina, salen a la cancha de rugby a poner en movimiento el cuerpo y el futuro.
Eduardo se levantó temprano como cada domingo que le toca ir a la U11. Se abrigó, agarró dos bolsas de mandarinas y manejó hasta el barrio Parque Industrial. Todo estaba detenido: para la ciudad era un día de descanso, para él, de compromiso.
Esperó un poco afuera de la unidad hasta que llegaron Juan Pablo, Flavio y Thiago. Cruzar infinidades de puertas es la manera de ingresar a una cárcel. Después de la primera, una mujer les pidió los documentos. En la segunda, otra les pidió los celulares y dejaron las llaves de los autos. En la tercera un hombre les dijo que “ya los estaban sacando” y los invitó a seguir sus pasos.
Un espacio grande al aire libre se abrió. Ahí, algunos animales dieron la bienvenida. El caballo pintado de negro quería tocar el cielo con las patas y un guanaco entre la niebla los miraba fijo, con sus ojos de hierro, fríos.
“Después de pasar la mañana en el entrenamiento, el domingo en casa tiene otro sabor. Valorás diferente esa picada y el asado con la familia. Para nosotros también es un aprendizaje”, dijo Juan Pablo mientras se acomodaba el cuello de su buzo de polar azul, con el símbolo de Neuquén Rugby Club en el pecho.
Pasaron frente a una cancha de fútbol de cemento, y al fondo, se veía al grupo de jugadores que llegaban cargados de lonas rojas, vestidos de pantalones cortos, medias largas de colores, algunos traían puestas sus típicas camisetas a rayas: celestes y blancas.
Se encontraron con los prisioneros frente al portón y se saludaron. Eduardo señaló la cancha que se veía al fondo. En cinco años de trabajo y perseverancia lograron sacar las piedras y desterrar el suelo árido de la meseta. Contó que al principio quedaban llenos de tierra, rasguñados por las toscas, pero de a poco la gramilla va avanzando sobre el terreno, como los Tehuelches.
Armar un equipo
Esta historia comenzó en Buenos Aires, en marzo de 2009, cuando el abogado Eduardo “Coco” Oderigo visitó por primera vez el penal de máxima seguridad. Su mayor percepción fue la desesperanza y días después volvió con una pelota de rugby y entrenó a unas 15 personas privadas de su libertad, y creó el equipo Los Espartanos. Hoy Oderigo es además presidente de la Fundación Espartanos. La iniciativa se creó en 2016 y la experiencia les permitió consolidar un programa de reinserción social que ayuda a bajar los índices de reincidencia del 65 % al 5 %. Y está cambiando la vida de familias enteras y de la sociedad.
Hoy, Espartanos trabaja en 65 unidades penales, en 21 provincias de la Argentina y 7 países del mundo. Actualmente, hay 3.030 jugadores y más de 650 voluntarios que los acompañan. En Neuquén, desde 2019, se llama Tehuelches XV. “Empezamos con un esfuerzo conjunto. Nunca había funcionado un equipo de rugby en la cárcel, había que adaptar muchas cosas. Los jugadores nunca habían jugado, y los entrenadores no habían entrenado adultos que no supieran jugar. Por suerte pudimos hacerlo, dice Eduardo y repite: “por suerte”. Pero hubo algo más que suerte.
Aquel día arrancó con algunas complicaciones. El inflador parecía que no quería andar y trataban de buscar una solución. Había niebla. En el centro de la cancha se movían con velocidad para arrancar y, en los márgenes, los penitenciarios abrigados se agrupaban de a dos agarrados a sus escopetas Ithaca y miraban serios. Después estaba el muro, el alambrado de púas, el hombre que caminaba sobre él, yendo de un lado al otro.
Se escuchó el portón y se sumaron algunos