El Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), a raíz de sus 65 años de fundación, emprendió en abril una campaña de exhibición del cine nacional. “Gran fiesta del audiovisual por el aniversario del Icaic” estrenó filmes destacados de realizadores cubanos en todos los cines del país. Se proyectaron algunas obras que forman parte del patrimonio cinematográfico nacional (Lucía, Memorias del Subdesarrollo, etc.), incluidos algunos de más reciente creación.
Entre las cintas de los últimos años destacan filmes como La mujer salvaje, (Alan González), Línea roja, (Alejandro Gil), La espera, (Daniel Ross) y Una noche con los Rolling Stones (Patricia Ramos). Estas obras han sido exhibidas ante el público nacional; al menos en La Habana, y la asistencia a los cines ha sido regular.
El cine sigue siendo un espacio al que la familia cubana acude, dispuesto a soñar al ritmo de la trama, donde se derraman lágrimas y se liberan frustraciones. La falta de transporte público resulta un inconveniente para aquellas personas que viven lejos del circuito cinematográfico, lo que supone un notable vacío en las butacas.
Una noche con los Rolling Stones, de la guionista y realizadora Patricia Ramos, se estrenó en el cine Yara. El público presente quedó atrapado por la narración de una historia que conmueve, preocupa, agobia y desborda emociones, pero que siempre salva.
La carrera de Ramos como directora inició con el cortometraje Nana, en 2007, cuyo guión comenzó como un “cuentecito”, como a ella le gusta decir. Graduada como guionista por la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, la realizadora no ha cejado en su empeño de hacer cine, pese a la escasez de recursos en Cuba. Es una de las precursoras del cine independiente en la isla. Allí se inició y ahora, gracias a su trabajo, ha recibido el apoyo de la industria del cine y la institución que la promueve, el Icaic.
Luego de Nana, Patricia Ramos escribió y grabó uno de sus cortos más reconocidos. El patio de mi casa llegó, según cuenta, gracias a un sueño que tuvo, como una revelación. La obra, casi sin diálogo, matizada por el erotismo y la sensualidad, es una excelente historia de mujeres con aspiraciones que trascienden sus problemas cotidianos.
Su Ópera Prima, sin embargo, fue El techo, estrenada en 2016, año en el que está ambientado su segundo largometraje de ficción, Una noche…
El techo es una película sencilla pero dotada de una fuerte carga simbólica. Tres amigos confluyen en su cotidianidad encima de las azoteas de La Habana. Hablan de aspiraciones, intentos de superación en medio de tantas dificultades, y también de viajes al extranjero, en busca de un pasado que uno de los personajes tiene en Italia. El mar aparece como telón de fondo, representando lo que siempre ha sido para quienes vivimos en una isla: misterio, sueños y salvación.
Tu primer deseo fue ser música. ¿Qué pasó?
Estudié flauta en el Conservatorio Guillermo Tomás, en Guanabacoa. En noveno grado se hacían las pruebas de pase de nivel. Si aprobabas, pasabas a nivel medio. En esa prueba salí mal en flauta porque me cambiaron el instrumento. Yo usaba una flauta de estudio que no tenía tanto sonido. Los profesores, para que tuviera más sonido, me dijeron que utilizara la flauta de una compañera mía; pero como no era mi flauta me tragué el sonido. No era mi instrumento, fue una mala decisión de ellos que yo acaté porque no sabía nada.
Entre el nerviosismo y ese detalle salí mal en la prueba y no logré los puntos que necesitaba para pasar. Me pasé un año llorando, sufriendo y pensando en volver a hacer las pruebas, pero no quise someterme otra vez a ese estrés. Recuerdo que me sudaban las piernas; nunca me han sudado tanto como ese día. Me rendí, decidí no someterme de nuevo a ese momento y nada, la vida dio vueltas y al final llegué al arte.
Años más tarde, luego de fracasar en el intento de ser actriz y cuando estaba terminando la licenciatura en Filología, se presentó en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños. Gracias a su mamá, que le avisó sobre unos cursos que se estaban abriendo, Patricia estudió durante 15 días seguidos para hacer las pruebas en la categoría de Guión, lo cual se alineaba con su futura profesión, el mundo de las letras, de la escritura:
“Yo quería ser actriz, hice las pruebas y me suspendieron porque no me preparé para eso… siempre tuve inclinación por el cine, por el teatro, tenía esas ganas… Filología es una carrera muy bonita, pero no me veía como filóloga. Hice una tesis muy buena sobre Cintio Vitier que después se publicó. Una tesis muy compleja, sobre la crítica de Cintio Vitier a la crítica de José Martí. Era como el colmo de la Filología, pero la disfruté mucho, fue una tesis muy fuerte”.
Un año antes de que ingresara en la EICTV para graduarse como guionista, visitó la Escuela Francis Ford Coppola. El estelar cineasta estadounidense impartió conferencias y charlas a los estudiantes, pero el momento culminante fue su gran almuerzo público, que preparó él mismo con la ayuda de los cocineros. Coppola trajo la pasta, la salsa y el queso y la preparó para toda la escuela, y para brindar ofreció vino de su propia cosecha —un vino que en aquella época no era muy conocido, hoy puede costar miles de dólares. Sobre sus primeros pasos en la Escuela, el recuerdo de sus profesores y algunos que la marcaron Patricia nos cuenta:
“Tuve profesores importantes. Uno de los que más me cautivaron fue Nelson Rodríguez, que después se convirtió en mi amigo porque era una persona muy generosa. Nelson fue muy importante para mí, yo estaba maravillada de que me diera clases él, que fue el editor de películas icónicas del cine cubano como Memorias del subdesarrollo, Lucía, Amada y que, además, una persona muy cercana.
“Tuvimos la suerte de tener grandes profesores; por ejemplo, en el primer año, Enrique Pineda Barnet nos dio clases. Lo mejor de esos años de la Escuela de cine era que venía mucha gente de prestigio internacional. Coppola, toda una leyenda; su visita, la gran comida que hizo, las cajas de vino que trajo…
¿Cómo fue empezar a dirigir tus propios guiones, dado que no recibiste formación para dirigir?
Lo primero es creérselo. Después de que tú te lo crees, los demás también. A mí me pasó. Me dije: “Bueno, voy a hacerlo; si lo escribí yo, me equivoco yo”. Si me quedaba mal, bueno, así sería; pero no sufriría que le quedara mal a otra persona. Sufro menos si me queda mal a mí.
Por eso lo hice, y por acompañar la historia hasta el final, que es algo que les sucede a los guionistas y directores: acompañan lo que crean hasta el proceso final. Digamos que es un exceso de control, pero control bueno, no pienso que sea malo. Si a uno le gusta, pues adelante.
Desde la escuela quería dirigir, además de que me gustaba mucho la fotografía. Incluso hubo un momento en que pensé cambiarme de carrera, pero desistí y me quedé en guión. Fue lo mejor, porque la carrera de guión en la Escuela te prepara indirectamente para ser director, porque te da herramientas para construir historias.