Este año dentro del cine cubano es el año de La mujer salvaje, así que conversamos esta vez con la protagonista de ese largometraje de ficción: Lola Amores.
Lola con esta película gana la Biznaga de plata a la mejor actuación femenina en el Festival de Málaga de este año. También fue nominada a mejor actriz en los Premios Platinos del cine iberoamericano y creo que también fue ganadora a la mejor actuación en el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires. Hablamos con ella, no tanto sobre La mujer salvaje, porque ha habido suficiente prensa, sino sobre su trayectoria como actriz, que era algo que tenía yo pendiente desde cuando entrevisté hace cuatro años a uno de sus compañeros de ruta, Eduardo Martínez, con quien Lola fundó La Isla Secreta, una compañía peculiar, pequeña pero de gran trascendencia.
En este caso vamos a empezar por el principio, y el principio es, Lola ¿de dónde saliste?
Nací en Villa Clara pero los tres primeros años de vida los viví en México, mis padres estaban allá. Luego vine a vivir a Vueltas, a San Antonio de las Vueltas, que es un pueblo parrandero, como los es Camajuaní y Remedios, esta zona de Villa Clara donde se hacen esas parrandas y esas carrozas así fastuosas. Cuando menciono esto de las parrandas es porque lo recuerdo con mucho agrado y creo que me influenció mucho a la hora de hacer mis vestuarios en el teatro, porque me encanta hacer mis propios vestuarios, hacer ese mundo desde afuera hacia adentro y de adentro hacia afuera, ese juego para poder que profundizar en el personaje y hacerlo además manualmente. Confeccionar mi vestuario lo he disfrutado toda la vida y pienso que viene de ahí, de esa memoria, de ese recuerdo divertido, de aquella diferencia, de aquello extra-cotidiano en un pueblo tan chiquito.
No tengo el recuerdo claro de haber sido influenciada por algo para decidir ser actriz. Simplemente fui haciéndolo inconscientemente como una necesidad desde pequeñita, desde la casa, desde que jugábamos con mi abuelo y me cantaba canciones como «La Caldosa de Kike Marina» o «La vaca lechera», o yo imitaba a Raffaella Carrá ante él. Luego recuerdo entrar en preescolar y levantar la mano cuando pedían que alguien cantara, y yo iba a cantar, por supuesto, lo que tanto había ensayado en casa con mi abuelo: «La Caldosa de Kike Marina» o «La Vaca lechera»…
Ya más en serio creo que fueron las primeras obras de teatro en la primaria. Los instructores de teatro iban a las escuelas y la instructora me seleccionaba siempre para los espectáculos. Hice una obra que era una adaptación de La Caperucita Roja. Para mí era súper divertido poner al lobo en su sitio. Recuerdo otras como La moneda y La visita llegará a las once, donde yo esperaba a un pionero soviético y le hablaba en ruso, o lo que creía que era ruso. También cantaba en tríos, recitaba poemas, hacíamos coreografías. Nos llevaban en una guagüita Girón a festivales por toda la provincia y nos movían a pueblitos pequeños, lugares bien chiquitos.
Más tarde, en la adolescencia, queríamos que hubiese una casa de cultura en el pueblo y entonces seguíamos montando números danza, teatro, para que hubiese esa casa de cultura. Todo eso fue mi manera tal vez inconsciente de estar expresándome. No era consciente de querer ser actriz, al contrario. Yo cuando estaba en el preuniversitario allá en la vocacional de Villa Clara jamás pensé que eso existía como una carrera. No tenía conocimiento de eso.
Cuando me enteré de las pruebas del ISA (Instituto Superior de Arte), entonces levanté la mano y enseguida me anoté en la lista junto con muchos amigos que querían perder las clases y que simplemente no querían estudiar para las pruebas ingresos. Así es como fuimos un grupo grande para La Habana. Eran unas pruebas difíciles y en aquel momento solo había nueve plazas que luego subieron a 14. Del centro éramos muchas personas. Recuerdo que nos presentamos como 360 aspirantes. Cuando digo centro me refiero a las provincias centrales, lo que es Cienfuegos, Sancti Spíritus y Villa Clara.
La emigración de jóvenes hacia La Habana en búsqueda de posibilidades que no ofrecía la provincia, es un clásico de décadas, ¿no? Pero vamos a centrarnos ahora en que dejas Villa Clara que, tal y como describes Vueltas, era como un pueblito pintado por Zaida del Río. Llegas a La Habana, propiamente a los predios del ISA. Háblame sobre esa estancia tuya en La Habana, sobre esos años en el ISA , ¿en qué periodo histórico encaja eso?, ¿qué impacto tiene en ti?.
Entrar al ISA fue un cambio de vida total, fue una mezcla de tristeza con ilusión, porque dejaba a toda mi familia. Tenía a mi papá en La Habana, pero allá dejaba a mi mamá, a mi hermanita, a los amigos, a mis abuelos, en fin… Era un cambio muy brusco, pero no dudaba de que era lo que debía hacer. Éramos tan pobres en ese momento, que yo recuerdo llegar a La Habana con todas mis cosas en un maletincito pequeño, toda mi vida la traía ahí.
Era pleno periodo especial. La carrera la hicimos en cuatro años y no en cinco, por la situación que tenía el país pero fue maravilloso porque me abrió mucho la vida, la mente, las ilusiones, lo que venía por delante. Hice amigos nuevos. Las personas que estudiaban conmigo venían todos con una formación distinta y de diferentes lugares. Algunos queríamos hacer espectáculos entre nosotros, además de lo que veníamos ensayando en la escuela. Entrenábamos por nuestra cuenta. Corríamos por fuera de la escuela, nos reuníamos de noche, hacíamos propuestas, leíamos, nos pasábamos información, canciones, íbamos a la playa que estaba cerca y los fines de semana hacíamos fiestas. Era una etapa muy bonita. Fue enriquecedor, a pesar de toda la pobreza que había, porque estamos hablando de un momento crítico, como muchos, pero bueno, ese momento fue crítico. En el ISA faltaban muchos maestros. Muchos eran actores de la televisión, que a veces no podían estar. Y el último año de mi carrera no tuve maestro, no tuve maestro porque no había. Y entonces me gradué con una pieza de un muchacho que estudiaba dirección, Sergio Barreiro. Su maestra de dirección era Nelda Castillo [directora del Ciervo Encantado] y Nelda se acercó a nosotros y nos tutoró. Nelda y otros miembros de su grupo nos apoyaron y nos ayudaron mucho.
A los cuatro meses, más o menos, de haberme graduado, me llaman para trabajar en el grupo, en el Ciervo Encantado. Justo en un momento en que mi papá se encontraba muy grave. Mi papá estaba muriendo de cáncer en el hospital y ellas esperaron por mí. Fue un momento que no olvido. La muerte de mi papá y entrar al Ciervo… como si mi papá me hubiese dejado ahí. Siento que me dijo, «te dejo con estas personas donde tú puedes conectar artísticamente, es un lugar donde tú puedes canalizar este dolor, transformarlo». De hecho, de ahí surgió (al menos para mí) Pájaros de la Playa.