El torero Luis Mazzantini y Eguia llegó a La Habana a fines de 1886 con un contrato para celebrar catorce corridas que, por el interés que despertaron, se convirtieron en dieciséis. Foto: Tomada de “Les Annales politiques et littéraires” (1902).
Más que como el estoqueador formidable que fue, se le evoca en Cuba por sus tórridos amores con la actriz francesa Sarah Bernhardt, que tuvieron lugar en La Habana.
Su excentricidad y valentía, y su suerte como donjuán, dieron pie a una frase que pervive en el imaginario colectivo y se emplea ante un propósito que entraña dificultades enormes, que no salva “ni Mazzantini el torero”.
El hombre del día
Ya habrá imaginado el lector que se alude a Luis Mazzantini y Eguia, que a fines de 1886 llegó a la capital cubana con un contrato para celebrar catorce corridas que, por el interés que despertaron, se convirtieron en dieciséis. En la plaza de Infanta, cerca de Carlos III, donde se halla lo que queda del restaurante Las Avenidas.
Era Mazzantini hombre amante de la ópera y con una cultura poco común en un torero. Refiere la crónica que alternó aquí con lo más selecto de la sociedad y llamó tanto la atención por su forma de vestir, que impuso modas y costumbres. Se vendieron camisas, pantalones, chaquetas y accesorios como los que utilizaba, y los fabricantes de puros dieron su nombre a nuevas vitolas. Fue, para decirlo en pocas palabras, el hombre del día en La Habana.
Señorito Loco
Hijo de padre italiano y madre vasca, Luis Mazzantini nació en Elgóibar, Guipúzcoa, el 10 de octubre de 1856. Hizo estudios en Francia e Italia y, ya bachiller en Artes, regresó a su país natal como secretario en la comitiva del rey Amadeo de Saboya, que tomaría posesión del trono español.
Trabajó como telegrafista y quiso ser cantante de ópera. “En este país de los prosaicos garbanzos, solo se puede ser cantante o torero… y yo no he