Hay muchas razones por las cuales Donald Trump y el liderazgo del partido republicano pueden sentirse sumamente optimistas sobre sus posibilidades de imponerse amplia y contundentemente en las elecciones generales de este año.
El presidente Biden, principal contrincante de Trump en la porfía por ganar estos comicios, fracasó estrepitosamente en su objetivo de tener una participación razonablemente eficaz en el primer debate de la campaña, el pasado 27 de junio. No sólo naufragó su intento de borrar la fuerte percepción de que se encuentra en un avanzado estado de senilidad que le impedirá gobernar efectivamente, sino que fortaleció la presunción de que debe retirarse y abrirle el paso a un candidato más joven y con más energía que pueda ganarle a Trump y dirigir el partido demócrata a vencer en una de las elecciones más consecuentes de los últimos años. Como era de esperar se están levantando cada vez más voces que demandan se haga a un lado, entre ellas la de la prestigiosa e influyente Junta Editorial del New York Times.
El 2 de julio, la Corte Suprema de los Estados Unidos se pronunció sobre el pedido de Donald Trump de que se le reconociera la inmunidad total sobre todos sus actos oficiales y no oficiales.
Si bien la Corte no le otorgó lo que pretendía, sí dio a conocer a través de un confuso veredicto que prácticamente se hace imposible que puedan concluirse antes de las elecciones presidenciales del martes 5 de noviembre los enjuiciamientos penales que se siguen contra el ex presidente republicano.
La decisión ha obligado, incluso, a que el juez Juan Merchan posponga para septiembre la imposición de la sanción que le correspondería a Trump después de ser declarado culpable por un jurado de ciudadanos neoyorquinos de los delitos relacionados con el llamado «caso de Stormy Daniels» que implican pagos secretos presuntamente realizados el candidato a la presidencia para silenciar su supuesta relación extramarital con una actriz de cine para adultos, lo que generó controversias legales y políticas significativas. Esto abre el camino para que, si es electo, Trump, en su calidad de Primer Mandatario, cancele las dos investigaciones federales que aún se le siguen por el Departamento de Justicia.
En adición, las encuestas siguen dando que los republicanos mantendrán el control de la Cámara de Representantes y tienen posibilidades de recuperar el Senado.
En resumen, a la altura de principios de julio, con sólo 4 meses por delante, Donald Trump y el partido republicano parecen estar en posición de obtener una victoria categórica. No obstante, esta confianza puede ser ilusiva.
El candidato que «gana» o «pierde» un debate presidencial es algo que depende de la impresión subjetiva de los ciudadanos que lo vieron y de cómo eso afecta su predisposición a votar de una forma u otra. Y como la elección es dentro de 4 meses, lo que ocurre de inmediato no es lo definitivo. Lo que sucedió es que Biden fracasó en lograr lo que perseguía, que parece lo mismo, pero no es igual. La pobre actuación del demócrata no significa necesariamente que Trump ganara nuevos votantes. Por otra parte, en el restante tiempo de campaña nuevos acontecimientos podrían hacer olvidar el debate.
El candidato que «gana» o «pierde» un debate presidencial es algo que depende de la impresión subjetiva de los ciudadanos que lo vieron y de cómo eso afecta su predisposición a votar
No obstante, el impacto inmediato es incontrovertible, como lo es el significado que tendría una victoria de Trump y del partido republicano en noviembre para el sistema político norteamericano y para la elite gobernante, que ha diseñado un modelo bajo una pretensión democrática liberal. Este debería evitar dos «peligros» que tradicionalmente se han identificado por parte de las clases dominantes: un verdadero gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo; o un régimen encabezado por un líder populista autoritario y demagogo que echaría por tierra la división de poderes y otros rasgos centrales a esa república imperial.
La eventual retirada de Biden y sus consecuencias
A pesar de los múltiples análisis que culpan a la esposa del candidato, Jill, y a su entorno por el empecinamiento de Biden en no retirarse de la campaña, la realidad es que estamos ante un dirigente político que ambicionó siempre ser presidente y ha demostrado una y otra vez que sabe enfrentarse a las adversidades y superarlas.
Desde la temprana tartamudez infantil y en la adolescencia, hasta las derrotas electorales —comenzando en 1988 perdió 3 veces las campañas a la nominación de su partido—, pasando por las 3 tragedias familiares que pusieron a prueba su capacidad de recuperarse. Ha demostrado ser muy persistente y resiliente.
En 1972, recién electo senador por Delaware a los 30 años, Biden tuvo que superar la calamidad del fallecimiento de su primera esposa y de su única hija en un accidente de tránsito en el que fueron lesionados también sus dos hijos varones, Beau y Hunter.
Durante cinco años el más joven norteamericano electo al Senado hasta ese momento debió criar a sus hijos mientras se adaptaba a sus nuevas responsabilidades legislativas, hasta que en 1977 conoció y se casó con su actual esposa, la profesora Jill Biden, quien ha continuado con su labor docente, incluso luego de asumir su puesto como primera dama.
En el 2015 perdió por cáncer a su hijo mayor, Beau Biden, quien ya despuntaba como un hábil político después de servir en el Ejército de los Estados Unidos durante la guerra de Irak.
Los problemas de alcoholismo y abuso de drogas de su hijo menor, Hunter, comenzaron a principios de los 2000. El hoy candidato demócrata tuvo que enfrentarlos cuando se aprestaba a servir como vicepresidente del primer mandatario afronorteamericano en la historia de Estados Unidos, entre el 2008 y el 2016.
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