«¿Cuándo volveremos a hablar por Telegram?» Así comenzó el día 29 de octubre de 2023 para Gabriela Arias Alfonso, una joven de 22 años egresada de la carrera de Comunicación Social. El mensaje recibido en su cuenta personal de Instagram dejó extrañada a Gabriela, porque nunca había hablado con esa persona. El desconocido le explicó entonces que alguien se hacía pasar por ella en Telegram, utilizando una foto suya de cuando era niña. Además, mencionó que había recibido videos de Gabriela y que habían tenido sexting a través de los chats secretos borrables de Telegram:
«Encontró esta cuenta a través de un bot de parejas. Me envió screenshoots de todo. Por la descripción de los videos me puse en contacto con mi último ex, una relación abusiva, dramática y violenta, que no tenía contacto conmigo hacía más de nueve meses».
Inicialmente fingió no saber nada, pero tras obtener más información y capturas de pantalla que otras personas le enviaron, Gabriela descubrió que Eros estaba enviando fotos en Instagram a artistas y otras personas, utilizando datos que solo ellos conocían de su relación.
Con la masificación del acceso a internet y el uso de dispositivos móviles, la violencia de género ha encontrado en el espacio digital un nuevo ámbito para su perpetuación. Las redes sociales y las plataformas de comunicación se han convertido en canales donde se reproducen y amplifican las dinámicas de poder y control características de la violencia de género tradicional. Este traslado de la violencia al ámbito digital no solo facilita la perpetración de actos violentos, sino que también dificulta su prevención y sanción debido al anonimato y la velocidad con la que pueden difundirse los contenidos en línea. Así, Internet refleja los mismos problemas sociales que existen fuera del ámbito digital, incluyendo prácticas de exclusión y violencia que se manifiestan en la brecha de género.
Con la masificación del acceso a internet y el uso de dispositivos móviles, la violencia de género ha encontrado en el espacio digital un nuevo ámbito para su perpetuación.
Es bien sabido que las mujeres y otras poblaciones vulnerables están expuestas a la violencia en los espacios públicos y en otros entornos. Diariamente, reciben acoso en las calles disfrazado de «piropos» o insinuaciones explícitas, manoseos en el transporte público, acoso en el centro laboral o estudiantil, acercamientos de carácter sexual, entre otros abusos que muchos intentan justificar. Además de insultos, amenazas y comentarios misóginos, homotransfóbicos, racistas, entre otros, en redes sociales, un espacio compartido que también las coloca en posibles blancos de diversas formas de violencia.
Cuando se habla específicamente de la violencia de género facilitada por la tecnología o en línea, se refiere a actos de violencia que son cometidos, instigados o exacerbados mediante el uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), incluyendo plataformas de redes sociales y correo electrónico. Aunque no existe una definición globalmente consensuada de violencia digital de género, según UN Women se entiende como aquella que se comete y difunde a través de medios digitales contra una mujer por ser mujer, o que afecta desproporcionadamente a las mujeres.
Según el informe más reciente de la Organización de las Naciones Unidas sobre el tema, publicado en 2015, el 73% de las mujeres a nivel mundial ha experimentado algún tipo de ciberviolencia. Expertas y organizaciones abordan esta problemática desde la perspectiva de que internet no es un espacio separado de la realidad material, sino una extensión del espacio social que habitamos.
Gabriela buscó ayuda a través de la plataforma YoSíTeCreo en Cuba, que le aconsejó enviar un correo a la Oficina de Seguridad de Redes Informática (OSRI). Sin embargo, le advirtieron que la atención no sería efectiva, ya que no tenían convenio de cooperación con Telegram. «Tal cual así me dijeron en un correo, que debía dirigirme a una estación de policía».
Desesperada, acudió a la estación de policía de Zapata y C en el Vedado, donde se sintió mal atendida y revictimizada. Tras intentar hacer la denuncia por segunda ocasión y enfrentar una situación aún peor, decidió renunciar a continuar el proceso; se sentía impotente y sin fuerzas para seguir exponiéndose.
Publicó su denuncia en su página de Instagram y a través de YoSíTeCreo en Cuba, recibiendo apoyo psicológico virtual de la plataforma, aunque se sentía demasiado abrumada para continuar. Las consecuencias físicas no tardaron en aparecer: dolores en el vientre, ansiedad de salir a la calle y un profundo sentimiento de vacío. «Sentía que me dolía el vientre. Estaba bien a las mañanas, pero cayendo la tarde me dolía el pecho y no paraba de llorar. Me sentía vacía». Gabriela intentó continuar con su vida, enfocándose en sus estudios, pero la ansiedad y el miedo se quedaron atormentándola.
Estas formas de violencia tienen efectos variados en grupos que enfrentan múltiples formas de opresión, como la raza, etnia, identidad de género, clase social y estatus migratorio, y están profundamente enraizadas en sistemas y lógicas patriarcales. No se trata de un fenómeno aislado, sino de una extensión de la violencia de género estructural, reflejo de sistemas sociales y estatales basados en la discriminación de género.
La violencia en línea causa graves daños, afectando el bienestar psicológico, físico, sexual, emocional, económico, laboral, familiar y social. Estas repercusiones pueden variar ampliamente según la forma de violencia sufrida. Por ejemplo, el ciberhostigamiento puede provocar depresión, ansiedad y ataques de pánico, mientras que la distribución no consensuada de imágenes sexuales ha conducido a intentos de suicidio. El doxxing (difusión de información personal o íntima sin consentimiento) puede resultar en daños físicos, y pueden causar la pérdida de empleo y, por ende, perjuicios económicos.
La violencia en línea causa graves daños, afectando el bienestar psicológico, físico, sexual, emocional, económico, laboral, familiar y social.
Se ha comprobado que los daños causados por la violencia en línea son tan graves como los causados fuera de internet, afectando de manera similar la autonomía, la privacidad, la con