Cimbra todavía —como un «rematazo» hipersónico en pleno rostro— el perfomance de Wilfredo León, levantando su brazo poderoso contra el seleccionado que lo vio nacer y bautizó su gloria temprana. Para algunos es el mejor voleibolista del planeta, al punto que lo han llamado el «Cristiano Ronaldo del voleibol», en reconocimiento a su prodigio, capacidad física para el salto, mentalidad ganadora y la vitrina de éxitos a lo largo de una carrera trotamundos, desde que debutó a los 14 años e hizo historia con Cuba entre 2008 y 2013. No obstante, tanto ha llovido desde entonces que ahora para muchos no es cosa de llegar y besar al santo.
Resulta que el pasado 23 de junio buena parte del pueblo amante del deporte puso a madrugar sus alarmas y renunció a estirar la modorra dominguera para acompañar, en la encogida distancia del televisor, al Cuba del estelar Simón, Yant, Miguel Ángel y compañía que en la tercera semana de la Liga de Naciones de Voleibol 2024 se jugaba la vida, o en palabras técnicas: la última esperanza de que un deporte colectivo criollo estuviera presente en la cita de los cinco aros a la luz de la Torre Eiffel. Pero, tocaba arrebatar el apetecido boleto del bolsillo a Polonia, el último equipo con el que desearía cruzarse a esas alturas la escuadra antillana, inestable como un esquife lánguido sobre el mar.
Desde la previa, el desafío se anunció emocionalmente cargado. No solo por el trance de retar al team número uno del ranking mundial de la FIVB (donde Cuba ocupa el onceno puesto), sino por la expectación de si al otro lado de la net iba a alinear o no Wilfredo León. Y, efectivamente, el receptor y atacante exterior de 2.03 metros figuró en la nómina dispuesta por su técnico Nikola Grbić.
En modo escoba, los europeos barrieron a sus rivales en poco más de una hora, con tanteadores de 25-17, 25-20 y 25-20. Evidentemente fueron superiores en los medidores básicos de juego: recibo, pase, remate, saque y bloqueo, además de no perdonar los exagerados errores de los nuestros. Como un mal déjà vu, el dorsal 9 lideró con su arsenal la ofensiva polaca, marcando 16 puntos (2 aces y 14 en ataque, concepto por el cual logró un descomunal 78% de efectividad en 18 intentos). De esa forma su ex equipo, al no poder revertir la dinámica del encuentro, perdió la posibilidad de un último tango en París.
Sin embargo, lo que se suponía quedaría en un mero juego de voleibol adquirió otro cariz, y el garabato de la derrota que esfumó el sueño olímpico trascendió la dimensión espacio-temporal del Arena Stožice de Ljubljana, coliseo sede en Eslovenia, para encender, o mejor dicho, subir los decibeles de un debate solapado que trasciende la estrechez de cualquier ámbito deportivo. Desde ese momento aciago, como divididos en dos bandos, casualmente «red» mediante, se han desatado los «remates» verbales, «bloqueos» mentales y «pases de la bola» de un lado a otro, vaciándose decepciones y opiniones conceptuosas entre los que acusan al joven voleibolista de renegar sus colores patrios y los que reivindican su libertad de elegir.
Los leoninos
La candente controversia en torno a la superestrella de origen cubano —nacido en Santiago de Cuba hace 31 años, pero nacionalizado polaco desde 2015— ha tenido como principal escenario las redes sociales, en ocasiones instrumento de tentaciones paradójicas. Los comentarios se leen por miles, y no exagero. Si bien todo proceso dialógico debe partir de respetar el criterio ajeno, algunos de los juicios publicados se advierten furibundos, disonantes, excesivos.
En resumen, según su «correcta» apreciación, estos parciales sostienen que «la Polonia de León» tenía muchas ganas de eliminar a Cuba jugándole con todos los titulares «en vez de sacar los del banco», que «León fue un león contra los suyos», que no debió jugar contra sus compañeros que «le pusieron bomba para darle un alegrón al pueblo» y que por tanto demostró no sentir «amor a la patria». Mientras otros aún más encabritados tensan el ejercicio valorativo a cotas rayanas en el extremismo, y lanzados a la acometida del descuero expresivo, tildan a León de «traidor con todas las letras», un «soberano y repugnante traidor» que jugó con «odio y ganas de vengarse por todos los malos tratos que le dieron en el pasado».
Justo aquí entra en juego lo pasmoso y al mismo tiempo chocante de este episodio lamentable. Es una muestra más de que cuando se extravían los límites y quedamos a merced de la manquedad de razón, entonces acabamos haciendo gala de una idiosincrasia deslucida. Dicho sea de paso, no por tenerse ya como acto naturalizado deja de inquietar que en parte nada desdeñable del pensamiento cubano —que se vanagloria de culto y avanzado— perduren o prevalezcan tan desafortunadas y grotescas torceduras de la realidad y melindres de conciencia. O lo que es peor, el frenético afán tribunalici