Hace más de un siglo que no existe como tal, pero el Cementerio de Espada sigue vivo en la memoria de La Habana. Y no solo en la memoria: aún quedan vestigios de lo que fue, insertados en el entramado citadino, y en una sala del Museo de la Ciudad que conserva una muestra de su patrimonio y ofrece a los visitantes una imagen, limitada pero valiosa, del antiguo camposanto.
Nombrado en honor del Obispo Juan José Díaz de Espada, figura capital de la historia habanera durante el período colonial, el Cementerio de Espada fue el primero de carácter público de toda Cuba y la América hispana.
Inaugurado el 2 de febrero 1806, su apertura fue fundamental para la higiene y salubridad de la entonces hacinada población de la ciudad, al tiempo que, por su reglamento y construcción, sirvió de modelo para otros cementerios de la región.
Iniciativa del Obispo de Espada, el Gobernador Don Luis de las Casas y la vanguardia de la aristocracia habanera, el cementerio acogió por décadas los restos mortales de nobles y plebeyos, ricos y pobres de la capital cubana.
Aunque muchos serían trasladados a otros sitios, entre los enterrados allí estuvieron el propio obispo, el notable pedagogo José de la Luz y Caballero, el político Francisco de Arango y Parreño, el doctor Tomás Romay, el poeta y socialista alemán George Weerth —amigo de Carlos Marx— y el pintor Juan Bautista Vermay, fundador de la Academia de San Alejandro.
Proyectado por arquitecto francés Etienne-Sulpice Hallet, quien estuvo a cargo de la ejecución de la obra, el Cementerio de Espada tenía forma de rectángulo y su perímetro, formado por las actuales calles de Aramburu, San Francisco, Vapor y San Lázaro, estaba demarcado por muros.
Su puerta de entrada miraba en dirección sur y estaba rematada por un arco de medio punto con las palabras “A la Religión, A la Salud Pública”, en latín y español. Tenía espacio para unas 4600 sepulturas y osarios, así como una capilla en la que se