Reconozcamos que este primer debate presidencial no será recordado entre los mejores de la historia norteamericana. Por un lado, vemos a un presidente con signos de deterioro físico y agotamiento mental, que sufre de una tartamudez que le ha acompañado desde su infancia —la cual ha vencido en parte. Por el otro lado, tenemos al primer expresidente en ser enjuiciado políticamente dos veces mientras ocupaba la silla presidencial, con una necesidad compulsiva de mentir, un matrimonio aparentemente de conveniencia, deseos patológicos de adulación que le han ocasionado tener relaciones interpersonales y políticas de suma cero. O sea, sus éxitos están medidos en los fracasos de otros. También esta patología le ha ocasionado desplegar un placer en ningunear y dividir tanto a sus rivales como a sus aliados por igual, y no tenga parangón en el triste arte de ofender. Además, para mayor escarnio, es el primer expresidente en ser llamado también delincuente. Hace un mes, un juzgado en Nueva York lo encontró culpable de falsificar documentos.
La edad de ambos dirigentes políticos es un factor clave por primera vez en mucho tiempo, mucho más que en el 2020. El debate no ayudó a despejar las dudas del electorado estadounidense, al contrario. Este encuentro reforzó las respectivas dudas que se tienen sobre los candidatos.
En el caso de Joe Biden, su vitalidad fue cuestionada en todo momento. Por momentos el presidente pareció confuso, con voz apagada, y sus expresiones faciales no imprimieron brío. En el caso de Donald Trump, su aparición reforzó las dudas sobre su lealtad a los valores democráticos. Este mintió en todo momento, incluso sobre elementos incontestados. En cierto momento realizó una amenaza sutil de perseguir judicialmente a su contrincante. Como es de costumbre, utilizó hipérboles y exageraciones sobre el estado del país, su economía y sus potenciales logros de repetir su presencia en la Oficina Oval.
Tras el debate de ayer, han saltado las alarmas en el Partido Demócrata. Algunos columnistas de relevancia como Tom Friedman, incluso siendo amigo personal del presidente Biden, han sugerido que debe renunciar a la campaña. Hoy el presidente ha lucido mucho más impetuoso en un acto de campaña en Carolina del Norte. En una de sus intervenciones ha dicho «Sé que no soy un hombre joven, por decir algo obvio. Ya no hablo tan fluidamente como antes. No debato tan bien como solía. Pero sé lo que sé: sé decir la verdad, sé cómo hacer este trabajo, sé cómo lograr que se hagan las cosas».
No le falta razón. Biden pasará a la historia como uno de los políticos más experimentados de su tiempo. Llegó al Senado tras apenas cumplir 30 años. Según sus propias historias, en sus primeros tiempos como senador los guardias no le dejaban subir a los ascensores tradicionalmente reservados para los miembros de la Cámara Alta pensando que era un ayudante. Fue presidente de las comisiones jurídicas y de relaciones exteriores del Senado.
Al entonces senador de Delaware, tras dos intentos fracasados para aspirar a la presidencia, un joven Barack Obama, elegido senador 3 años atrás —apenas un par de meses en términos del estricto protocolo senatorial— le pidió que fuera su vicepresidente. En el cargo, Biden se encargó de lo que mejor sabía hacer: coordinar la actividad legislativa de la administración y codearse con los lideres mundiales más veteranos, Benjamín Netanyahu entre ellos.
No existe ningún éxito legislativo de la administración Obama que no haya tenido el rol de Biden como puntal: primero el rescate de la industria financiera y automotriz en medio de la recesión del 2008, luego el fin de la criminalización de la homosexualidad en el ejército. Sin dudas, el éxito más notable fue la aprobación en el Senado de la Ley del Seguro Médico Asequible, conocido popularmente como Obamacare —del cual los residentes latinos de Miami son sus principales usuarios.
Del otro lado del pasillo político, el vicepresidente demócrata era amigo personal de John McCain, primer rival hacia la presidencia de Barack Obama. Un dato poco conocido es que McCain, tras ser liberado en Vietnam, fue edecán de algunos senadores, Biden incluido. De ahí surgió una amistad que se incrementaría cuando el antiguo prisionero de gue