Muy cerca del puente de Bacunayagua ―antes o después, depende del lugar de dónde llegues― puedes adentrarte por un estrecho sendero y hacer un tránsito expurgador hasta que tu vista se abra a una extensión luminosa de tierra. Habrás llegado a la Finca Ecológica Santa Isabel; a la casa-universo de Elisa, quien te guiará, cuando hayas descansado, por la profundidad de su bosque.
Elisa Rey Posada, graduada en 1980 como ingeniera del petróleo en Rumanía, llegó, con 35 años, finalizando 1989, a la comunidad de Bacunayagua para trabajar en la Empresa de Perforación y Extracción de Petróleo de Occidente. Se desempeñaba como tecnóloga mayor y ocupaba algunos cargos políticos. Me cuesta imaginarla caminando por oficinas y líneas rectas de algún edificio o ideología. Creo que a ella también le costaba. Me dice que por lo difícil del transporte ―vivía en Guanabo y debía ir a trabajar a esa zona de Matanzas― ella y su pareja buscaron “un lugarcito” para quedarse a vivir cerca del yacimiento. Creo que desde ese momento, en estado embrionario, su espíritu de árbol ya estaba investigando cómo cumplir en la naturaleza funciones más fértiles que extractivistas.
Así, me cuenta, llegaron a “una casa abandonada en medio de un potrero, en medio de un llano que no tenía árboles, pero estaba bien bonito. Me gustó porque estaba alejado, no tenía vecinos. Nos gustó a mí y a mi pareja. No teníamos agua ni electricidad pero sí una cosa muy importante: teníamos juventud, ¿entiendes?”.
Con una vaca donada por la empresa para garantizar la leche de los trabajadores y que, eventualmente, llevó a la casita, empezó su experiencia como cuidadora: “aprendimos a ordeñar y a andar con toros. Era el Período Especial; del noventa al 2000 hay una historia muy larga que contar porque la gente en las ciudades no tenía qué comer. Pero aquí jamás nos faltó nada. Producíamos leche, yogur, mantequilla, y los vendíamos”. Aunque intentó legalizar la comercialización de estos productos, no pudo lograrlo. Le daba cierta tristeza tener que vender, como quien dice, de manera ilegal. “También pusimos gallinas. Después tuvimos una yegua bellísima. Se llamaba Blanca, tenía los ojos azules. Esa yegua cada año nos dio un potro o una potranca: diecinueve animales tuvimos con ella. A esos caballos los intercambiábamos y entonces pudimos tener carneros, pavos reales… Pero durante todo ese tiempo a lo que más nos aferramos fue a sembrar árboles”.
Comenzaron a sembrar ante el decaimiento de la industria ganadera en el país y la falta de recursos en la zona para sostener a los animales. Por otro lado, a Elisa, que ya había abandonado su trabajo y cargos en el yacimiento para dedicarse por entero a la finca, le interesó revertir el impacto de la explotación petrolera.
Cuenta que esa zona siempre había sido utilizada para un tipo de ganadería que mantiene grandes extensiones de tierra sin producir más que pasto para el alimento y control de las vacas. El suelo estaba muy maltratado, la vegetación y la fauna eran casi inexistentes. La contaminación generada por la perforación en la costa y la quema en refinería agravaron esa situación. “¿Y qué era lo más importante para proteger todo?: los árboles. Desde el principio sembrando, sembrando, sembrando, cuidando y sin cortar nada. Y mira, ya hay aquí un bosque. Inicialmente vino el aroma y el marabú, pero han ido desapareciendo porque llegaron los árboles autóctonos. También hemos metido dentro del bosque árboles frutales. Bacunayagua es un lugar prodigioso. Hoy por hoy tenemos mango, aguacate, níspero, todos esos frutales que estaban desaparecidos los tenemos ya en esta finca. La naturaleza ha sido muy pródiga”.
Elisa cuida aproximadamente 40 hectáreas de tierra entre el área alrededor de la casa, el huerto, los sembrados de plátano, café, maíz, yuca, y la extensión del bosque. En las zonas más cercanas a la casa y en las de siembra la acción humana es más directa. Se organizan los espacios y las especies que crecerán según las necesidades. Es un área dedicada a la producción y a la vida cotidiana. La casa, el rancho de la cocina, el aljibe, el huerto y muebles para el descanso están entre árboles frutales, plantas ornamentales y curativas. Cucú ―el pavo real―, dos gatas adultas, cinco gaticos pequeños, dos pollitos italianos, varios pollos y gallinas cubanos, junto con una perra coja, rondan constantemente el jardín que da entrada al bosque.
En el bosque la labor es de observación, cuidado y mantenimiento. La intención es reforestar y conservar: “¿Qué he hecho dentro del