«No solo se trata de afirmar que, (…) la lucha por la justicia social y el vivir bien tiene que ver con estrategias que impidan el avance del proyecto homogeneizador que nos aniquila en nombre del futuro y del cambio necesario; (…) el futuro ya fue porque el proyecto que soñó la modernidad (…). El futuro prometido, ese por el que luchamos y a nombre del cual se llevaron tantas gestas y batallas de liberación, ya está aquí y muestra su cara más terrible y tenebrosa». Yuderkys Espinosa Miñoso, El futuro ya fue. Una crítica a la idea del progreso en las narrativas de liberación sexo-genéricas y queer identitarias en Abya Yala
A estas alturas tengo muy poco que añadir sobre el genocidio y la resistencia palestina. Cientos de voces han dilucidado un «conflicto» que no comenzó en octubre de 2023, como hacen ver analistas y medios hegemónicos; han separado pertinentemente también «pueblo israelí» y «pueblo judío» de «Estado de Israel», y explicado lo que es un genocidio, un apartheid, lo que es antisemitismo, terrorismo y lo que, de manera agridulce, hemos nombrado resistencia.
No obstante, a quienes defendemos la liberación de Palestina ya nos han llamado terroristas, radicales extremistas y antisemitas, a pesar de que judíos antisionistas hayan dicho «No en nuestro nombre». Por otra parte, a quienes defienden a Israel ya les hemos llamado fachos, fascistas, ignorantes, colonialistas. Nos hemos desgreñado en redes sociales de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Como es habitual, los de siempre ya corearon que están «en contra de la violencia venga de donde venga». Lo curioso es que este eslogan lo recuerdan solo cuando la violencia viene del lugar que histórica y sistemáticamente ha sido violentado.
Hay una idea muy perversa de que debemos asumir con pasividad nuestra opresión. Todo parece indicar que cuando un pueblo es colonizado y está en vías de exterminio, algo nuevo se está construyendo, uno mejor, en nombre del progreso. Pero cuando ese pueblo responde y se defiende, es violento y terrorista.
No han quedado fuera de estos debates la islamofobia, el racismo y los discursos securitistas cuyo fin es convertir la otredad en un problema a erradicar. Ya las feministas euroblancas y occidentalizadas dijeron que los hombres árabes y musulmanes son violentos y atrasados, los más machistas; que las mujeres palestinas, y las orientales en general, son las más tristes y desgraciadas, oprimidas por sus hombres, su cultura y su religión (sin mencionar nunca la parte de responsabilidad de Occidente en el asunto), no tienen agencia y hay que salvarlas, llevarles una nueva empresa liberadora y civilizatoria, ofrecerles modelos a seguir.
Convenientemente, tienen para eso a Israel. Un proyecto de Estado colonial civilizatorio que seduce con la manida publicidad de que ahí las mujeres disfrutan de las mismas libertades que los hombres, que las personas LGBTI y queer pueden expresar y vivir abiertamente su sexualidad y que es la única democracia de Oriente Próximo. Encima, tiene riquezas, armas, eso que llaman progreso. A los orientalistas les viene como anillo al dedo para demostrar que entre «ellos y nosotros», «ellos» pueden ser como «nosotros»… cuando nos conviene.
Sin embargo, suponiendo que todo ello sea cierto, no basta con que las mujeres tengan las mismas libertades que los hombres. Es importante, pero valdría la pena averiguar de qué mujeres están hablando, porque, sobre todo, hay que atender a las desigualdades entre las propias mujeres, cosa que ha costado cientos de rupturas en los feminismos.
No basta tampoco con que las personas LGBTI y queer vivamos abiertamente nuestra sexualidad y podamos ser quienes somos. Es, sin dudas, un alivio inmenso, pero habría que ver también si vivir abiertamente la sexualidad alcanza para comer, tener techo, poder migrar, vivir sin la amenaza de un bombardeo, llevar eso que dicen una «vida digna». O si lo de «vivir abiertamente la sexualidad» es de las pocas cosas que les falta para «romper el techo» a algunos que ya tienen más menos asegurado lo demás.
Valorar el mundo desde un solo lugar, desde un solo componente de la identidad, incluso solo desde la identidad, puede arrojar resultados falseados sobre el verdadero estado de las llamadas democracias, nuestros movimientos y procesos políticos, utilizados no pocas veces tanto por regímenes como por gobiernos democráticos como estrategia de lavado de imagen.
La politóloga francesa y pensadora decolonial Françoise Vergès ha dicho en conferencia que «Palestina es la medida de lo que somos capaces de hacer para cambiar el mundo», ya que en su causa convergen distintas cuestiones latentes en la disputa del mundo actual: colonización, racismo, orientalismo, imperialismo, feminacionalismo, capitalismo fósil, pinkwashing, entre otras.
De todo ello, si hay algo que me interesa señalar, ahora que estamos en el llamado Mes del Orgullo, es la toma e instrumentalización de la identidad sexual. Quienes, siendo LGBTIQ, nos preocupamos por los derechos humanos de las personas palestinas bajo ataques, tenemos que lidiar con que nos echen en cara que si viviéramos allí, nuestros derechos no estarían garantizados. Con fr