Al llegar a París en octubre de 1843 Marx se declaró ateo por primera vez. Allí escribió la Introducción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, en la que afirma que “la crítica de la religión llegó a su fin, en lo esencial, en Alemania, y la crítica de la religión es la premisa de toda crítica (…)”.
Y continúa: “El fundamento de toda crítica irreligiosa es que el hombre crea la religión (…) La religión es una conciencia invertida del mundo (…) La miseria de la religión es, por un lado, la expresión de la miseria real, y, por otro, la protesta contra la miseria real (…).
“La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, el espíritu de una época sin espíritu”.
Llegó un momento en que Marx ya no consideraba necesario el ateísmo. “El ateísmo, en tanto negación de esta falta de esencialidad, carece ahora totalmente de sentido, porque el ateísmo es la negación de dios y afirma, mediante esa negación, la existencia del hombre, pero el socialismo, en tanto socialismo, ya no necesita esa mediación (…) Es autoconciencia positiva no mediada por la religión” (Manuscritos de 1844).
El socialismo traería la superación práctica de la religión. Esa es la posición definitiva de Marx y, por eso, nunca estuvo de acuerdo con el ateísmo militante –como posteriormente se implantó en la Unión Soviética—, lo que lo llevó a criticar a Bakunin, porque este “decretaba el ateísmo como dogma para sus miembros” (de la Internacional) (Carta de Marx a Bolte, 23 de noviembre de 1871).
En la carta a Bolte Marx también escribió: “A fines de 1868 ingresó en la Internacional el ruso Bakunin con el propósito de crear en su seno y bajo su propia dirección, una Segunda Internacional llamada Alianza de la Democracia Socialis