El pasado 14 de junio a las nueve de la noche en el teatro Lázaro Peña, el habanero Elioveliz Pérez Romero realizó su primer concierto ante cerca de 3 000 personas convocadas mayormente por redes sociales para disfrutar de quien ya ha sido bautizado dentro y fuera de la Isla como «el José José cubano».
No es necesario aportar aquí ningún dato sobre su vida, de eso ya se encargó Juventud Rebelde en una nota escrita con la pluma y el estilo de Federico de Ibarzábal y Don Galaor, al mismo tiempo:
«Conocerlo es descubrir que no solo es un cantante talentoso, sino también una persona que valora el tiempo compartido con amigos y familiares. Apasionado por el deporte, especialmente el fútbol y el béisbol, y aficionado a los videojuegos, encuentra en estas actividades un equilibrio para su vida fuera de los escenarios.
«Aquel niño que buscaba atención ha logrado cumplir su sueño de ser ídolo musical de su madre, quien ahora lo escucha con la misma devoción con la que solía disfrutar de las canciones de José José. Sin pretenderlo, Elioveliz se consagra como el “príncipe” cubano de la canción.»
A esto sumémosle la exposición mediática en las redes mediante reels, entrevistas, reseñas… hasta el cansancio. En Instagram y Facebook, el jovencito cuenta con miles de seguidores, club de fans, páginas que nos lo presentan como el ídolo que necesitábamos, salido de las mismísimas entrañas del pueblo.
Dejémoslo claro en una sola línea sin caer en la trampa de los adjetivos: Elioveliz tiene talento. Su impacto es real, admirable. Negarlo es un error. También es correcto aclarar que su fama, de manera instantánea, no lo convierte de golpe y porrazo en «una de las figuras más destacadas del panorama musical de la isla» como han publicado algunos medios ni tampoco es el relevo de ninguna figura consagrada de la música cubana. Para serlo, Elio tiene que empezar, primero, a caminar por sí solo.
¿Un fenómeno de las redes? ¿Puro marketing digital?
La Corte Suprema de Internet
Empezar haciendo «covers» (versiones) y subirlos a distintas plataformas ha sido una práctica muy usual en esta era de Internet. Pero siempre han existido otros modos: cantar de bar en bar o presentarse en concursos como aquel talent-show radial «Corte Suprema del Arte», de donde salieron «estrellas nacientes» que terminaron siendo íconos de la música dígase Celia Cruz o Rosita Fornés. También han existido otros formatos con el mismo objetivo: el Concurso de la Canción Adolfo Guzmán y Sonando en Cuba, un poco más reciente.
Lo que parece ser algo novedoso en la isla ha sucedido —y sucede— alrededor del mundo. Por ejemplo, la estrella del pop Justin Bieber empezó subiendo videos a su canal de YouTube hasta que un cazatalentos lo descubrió en 2008. El español Pablo Alborán lo hizo primero en la plataforma MySpace y después en YouTube. Así pasó también con Ed Sheeran, hasta que se viralizó una de sus canciones y el tema This city de Samuel Fischer catapultó a este como c