Hace siete años, en junio, volé desde La Habana a Madrid con la idea de hacer mi vida en esta ciudad. Cuando dije adiós no conocía bien la envergadura de esa despedida, ni imaginaba qué abrazos quedarían vacíos. Desde entonces, la Cuba que extraño y necesito ha venido a mí de muchas maneras.
Suele llegar en forma de amigos que resisten el tiempo y los dimes y diretes políticos; que no juzgan; traen recuerdos y risas, y se llevan de vuelta las maletas y el corazón renovados.
Cuba viene también con el arte y la música nuestra que están siendo cada vez más asiduos aquí. En estos siete años me he perdido algunos conciertos a los que me hubiera encantado ir, pero presumo de haber visto a Pablo y a Silvio en vivo, dos veces cada uno, ovacionados en esta capital que también ha sido suya.
Desde el 28 de mayo en el número 66 de Gran Vía, el Teatro EPD acogió 21 presentaciones de Cuba Vibra, de la compañía Lizt Alfonso Dance Cuba (LADC). Este domingo 16 de junio se les vio por última vez antes de partir hacia Palencia, Zamora, Teulada Moraira y Zaragoza, a finalizar su gira por España. Hace una semana tuve la suerte de ver el espectáculo, acompañada de mi hija ya adolescente, como antes en La Habana fuimos en familia a disfrutar de Alas, Amigas, Vida.
Antes de entrar, la pequeña cola para acceder al teatro se pobló de cubanos distinguibles por el nosequé nuestro. Desde el primer minuto del show, si buscabas en la oscuridad de la platea, podías encontrar gente bailando sucintamente en su butaca. La rumba, el guaguancó, el chachachá, el son, te mueven; el taconeo, las contorsiones y la sandunga de los bailarines traspasa las pieles y no importa si es ballet, danza moderna o contemporánea; los boleros más clásicos en la voz maravillosa de Yaima Sáez te someten hasta el borde de lo irresistible. Alguna lágrima puede salir.
“Yo pienso que lo que sienten los cubanos es que esta es la Cuba que soñamos. En la que somos como somos: llenos de alegría, de optimismo, de fortaleza, de color, de buenos sentimientos”, me comentó Lizt Alfonso (La Habana, 1967). Cuba Vibra ha tenido más de 200 presentaciones en más de 80 ciudades del mundo; pero nunca, me dijo, había sido tan notable la presencia de cubanos como en esta intensa estancia en Madrid.
“Han venido muchas personas a ver el espectáculo y muchos cubanos. Es la primera vez que nos pasa eso, porque en el mundo entero, cuando nosotros bailamos, normalmente las personas que van son las del país en el que estamos. Van cubanos, pero pocos. La mayoría son nativos de los países que visitamos. Pero en este caso vienen muchos cubanos y vienen buscando el abrazo. Vienen buscando el sentirse durante un tiempo, durante las dos horas que dura el espectáculo, abrazados por su país, por su música, por sus bailes”.
La Cuba que vibra
Acercarse al espectáculo no es someterse a un narcótico de chovinismo ni sumergirse en una piscina de nostalgias trasnochadas y estériles. Es cierto que LADC no trae en sus coreografías la Cuba sufrida de hoy, empobrecida, víctima de la incertidumbre sobre su futuro. Cuba Vibra no pretende ser una crónica sobre el acontecer de estos días sino una reverencia a la cultura cubana y sus más que diversos orígenes. Es una obra estrenada en 2014 que trascenderá a estos tiempos, también finitos, de tristeza.
Los bailes y ritmos no están retratando la Cuba de la confrontación política que hace olas en las redes sociales, que ocultan los periódicos oficiales, que combustiona en los no oficiales, y que se muestra espasmódica en las calles.
La obra no ilustra el encono y la actitud fratricida que muchos han dejado que crezca entre nosotros; por el contrario, recompone, sana.
Sin sensiblerías, una magia nos trae Cuba Vibra, relativamente inesperada para quienes nos hemos desprendido físicamente de la isla. Es un espejo frente al que restauramos con finos materiales parte de nuestro orgullo diluido en la lejanía y, a veces, en el rencor. Nos asombra y nos conmociona: es la excelencia.
El espectáculo, que no empieza con el baile sobre el escenario, sino que viene de mucho antes con todas las piezas promocionales de muchísimo gusto y frescura; y que no termina con el final de la ejecución coreográfica y las últimas notas de las canciones —ni en ese obsequioso grito de “¡Azúuuuuucar!” con que Yaima Sáez cierra su actuación—, sino en ese momento de euforia en que, con tanta generosidad, los bailarines y músicos, aunque exhaustos, se prestan a hacerse fotos con todo el que quiera llevarse ese recuerdo de alegría.
¿Puede ser tan exquisito, con etiqueta Made in Cuba? La escenografía con esos diseños animados de Raupa, el vestuario impecable, la interpretación musical, los arreglos, el desenvolvimiento escenográfico, las ejecuciones de todos los bailarines, la dramaturgia. ¿Se puede creer algo así?
No se trata de un artista en solitario, sino de una gran maquinaria artística que supone un nivel muy alto de complejidad: una compañía danzaria que es también una escuela de bailarines. Es, como me dice Lizt, “una quijotada”, con más de tres décadas de recorrido exitoso.
Todo eso nos han traído a Madrid estos casi 30 artistas, en escena y algunos otros detrás de bambalinas: un atisbo de que, aunque sean contadas, se hacen maravillas en la isla nuestra que vive hoy acaso su mayor crisis.
“La gente se impresiona mucho, sobre todo los cubanos que llevan mucho tiempo fuera de Cuba. Se quedan muy impresionados con el nivel de detalle de la compañía, la calidad en todos los sentidos. Los cubanos adoran el espectáculo y los españoles también. Y eso es lo lindo, porque no está hecho ni para unos, ni