Todas estas “tipologías” pudiendo darse en apretado tejido sobre una vida, dan fisonomía a una paternidad merecedora de remembranzas y orgullo. Foto: Xiomara Pedroso Gómez.
Un disco de vinilo me detuvo a meditar. Un obsequio que con unos seis años recibí y que hasta hoy conservo. Fue regalo de mi padre. Voy en mi carrusel, un álbum de canciones infantiles de Olga Navarro e interpretado por Consuelo Vidal y Marta Falcón, me regresa a los tiempos de mi infancia y no deja morir en mí la niña que llevo dentro. Como ese, guardo muchos, pero por sobre todas las cosas, el mejor regalo es el tiempo que me dedicó mi padre, que hizo de cada etapa de mi vida, una eterna Edad de Oro.
Padres los hay, de muchos maderas, pero me quedo para estas líneas con los de roble toro que siempre son recordados con la emoción que estremece y una sonrisa en los labios por haber dejado en sus hijos agradecidos una huella hecha vida sobre la cual la semilla que plantaron germinó.
En vísperas del Día de los Padres, comencé a revivir las anécdotas de padres que tuve la dicha de conocer o admirar de lejos por la historia que contaban sus retoños. Con mis memorias llegaron los recuerdos de amigos y conocidos. De algunas escenas pude ser testigo. Otras llegaron a mí en forma de casi confesiones con la voz rajada y apretado el pecho. Pensaba en las virtudes que destellaban en tantos padres y así fui perfilando algunos rasgos esenciales en esos protagonistas. Todas estas “tipologías” pudiendo darse en apretado tejido sobre una vida, dan fisonomía a una paternidad merecedora de remembranzas y orgullo.
El padre gallardo:
Aquel padre no tuvo otra salida que mostrar con incólume gallardía, suma obediencia a su hijita que, ante la ausencia de otra niña, demandaba tomarlo de modelo para ensayar un peinado de salón con cintas y hebillas incluidas. No escaparía de sus redes incluso luego de una sesión de manicure en la que la mayor parte del estridente esmalte adornaba más la piel que las amplias uñas paternas.
El padre protector:
El padre devenido una muralla infranqueable, un filtro riguroso para no dejar pasar a ningún rufián que lastimase ni con un pétalo a la niña de sus ojos. O aquel que ha de llamarse a la calma cuando sabe que un niño mayor importuna a su hijito y quiere hacer justicia divina con sus manos. Consciente del delirio paternal recapacita: se da cuenta que son niños, que es parte del ejercicio de crecer y que debe enseñar a conquistar el respeto por sí mismo a su príncipe enano.
El padre sin fronteras:
Aquel padre que maneja grandes