Me cuesta trabajo prestar libros. Los presto, pero pongo un grupo de requisitos que no son meras condiciones disuasorias, porque en principio yo los cumplo. Para que un libro salga de mi casa, necesito saber que el pretendiente es ya un lector avezado. Definitivamente mi librero no es sitio para perder virginidades lectoras. Además, necesito constatar que el aspirante tiene un gran interés, y repito: gran interés en leer el libro de marras. No puede ser que lo vio de casualidad en mi librero y se antojó, o que está aburrido en unas guardias que está haciendo.
Hay una información que no pido, pero que si me la dan gratis, acaba con cualquier posibilidad de préstamo: «yo lo tengo digital, pero no me gusta leer en el Tablet». ¿Qué te hace pensar que a mí me encanta asesinarme los ojos en una pantalla chiquita, que no huele a papel? La diferencia está en que dicha pantalla no me detiene, no me hace posponer el libro. Lo dice un tipo que se leyó La Canción de Hielo y Fuego en un monitor Acer culón de 17 pulgadas.
Yo estoy más que claro de la abrumadora superioridad del libro de papel sobre la versión digital. Mariano González dijo que los libros son como las tetas, que se ven grandiosos en la pantalla, pero eso ni se acerca a tenerlos entre las manos. Confieso que no sé quién sea el tal Mariano, pero con esa frase a mí ya me