“Tengo 121 donaciones”, asegura Camilo Miranda Peláez, donante voluntario de sangre que comenzó a los 18 años de edad, siguiéndole los pasos a su mamá.
Cuenta que un día llegó, acompañado de su mamá, al Hospital Lenin y allí se encontraron a un soldado gravemente herido de bala que necesitaba una transfusión urgente. Su madre al conocer los detalles ofrece su donación, imposible de extraer por encontrarse descompensada de la presión arterial. Camilo la sustituyó y comenzó así la tradición de donantes en la familia.
Él lleva la cuenta de todas sus donaciones anotadas en una agenda, porque estableció como meta superar a su progenitora que llegó a las 131, aunque está completamente seguro que “desde el punto de vista humanitario, es una ayuda que le ofrezco a las personas enfermas que la necesitan, es un gesto de altruismo y solidaridad”, puntualiza Miranda Peláez.
Kamila, estudiante de cuarto año de la carrera de Medicina, desde pequeña, acompañó a su padre con periodicidad cada vez que este era convocado para la tarea, y siguiendo la tradición, comenzó a donar su vital líquido a partir de los 18 años, edad en que le fue permitido.
Padre e hija, donantes voluntarios, se encontra