LA HABANA, Cuba. – El verano pasado, la presencia de un submarino nuclear de Estados Unidos en la Base Naval de Guantánamo puso histérico al régimen cubano que, después de que por décadas alentó y sirvió de cuartel general a guerras y guerrillas en todo el hemisferio, no tardó en esgrimir esa ñoñería del “Caribe, zona de paz” para hacer un poco de ruido en la región o, lo más seguro, porque se vería muy raro que no dijera nada.
Ha pasado un año y, por lo visto con la paloma blanca y el rama de olivo guardados en los bolsillos, se anuncia que otro submarino nuclear llegará a Cuba pero esta vez desde Rusia e “invitado” por La Habana junto a una flota de guerra que, habiendo traído su propio combustible en un tanquero, estará durante un buen rato en maniobras militares con sus aliados en la región, esos mismos que en julio de 2023, usando las mismas palabras que escribiera Bruno Rodríguez Parrilla en su cuenta de X, se vieron obligados a “cuestionar qué propósito estratégico” perseguía Estados Unidos con aquella nave de guerra.
Un cuestionamiento que se hizo demasiado tarde, cuando ya el sumergible ni estaba por los alrededores, lo que lleva a pensar en cuánto se tardó la información sobre el submarino en ir y regresar de Moscú, ya exhaustivamente analizada por la inteligencia del Kremlin y, lo más importante, ya con el permiso de reaccionar y “condenar enérgicamente” como para que nadie diga que La Habana se subordina a Vladímir Putin también en asuntos militares porque ya en economía es demasiado evidente lo que se traen entre manos.
Manuel Marrero Cruz, impaciente por integrarse de pleno al bloque, lo dijo bien claro en su más reciente intervención “virtual” ante la Unión Económica Euroasiática (UEE): que estaban dispuestos a abrirse completamente de brazos y piernas por tal de acabar de recibir lo que tanto anhelan como única tabla de salvación. Y en el periódico Granma, este mismo 6 de junio, mientras la flota de guerra rusa se aproximaba a la “zona de paz”, casi se emocionan hasta las lágrimas al publicar que el director del Departamento Latinoamericano del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso había anunciado avances en las negociaciones sobre la desdolarización del comercio con sus aliados de América Latina.
Porque para eso (y otras cosas más importantes) “liberaron” a Ricardo Cabrisas de su cargo en el Ministerio de Comercio Exterior (MINCEX) y, a pesar de los achaques, lo mandaron urgente a Moscú, en tanto esa “alianza estratégica” requiere, más que atención diferenciada, de casi un ministerio paralelo dentro del MINCEX o, mejor aún, de una oficina especial dentro del propio Consejo de Ministros.
Y, concentrado en lograr la rusificación, allá está el viejo Cabrisas dando los últimos toques a una integración plena que posiblemente se haga efectiva antes de diciembre, y los barquitos rusos estarán como adelanto, como gesto y garantía de que la cosa va en serio, y como pañuelo para que el pri