Las cubanas y los cubanos vivimos circunstancias tensas, caldo de cultivo para actitudes y comportamientos extremos. Nuestra realidad nacional no es ajena a un mundo que exhibe, en los cuatro puntos cardinales, conductas políticas de esa índole. Manifestación del quiebre de los pactos que se dieron los poderes fácticos para coexistir durante algunas décadas, síntoma peligroso de la crisis civilizatoria a la que asistimos.
Días atrás, en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, se sucedió un intercambio acerca de los extremismos políticos. Hubo diálogo, análisis y contrapunteo. En paralelo, no faltaron ataques virulentos, antes, durante y después del encuentro; verdaderos casos de estudio para explicar el contenido en cuestión.
Sin juicio de expertos ni conferencias magistrales, jóvenes y no tan jóvenes abrimos el tema a debate, de lo cual quedó claro que es cada vez más urgente tomar conciencia sobre él. Como nota interesante sacada del encuentro, al parecer, los extremos que se develan en el mapa político cubano son parte del problema y no de la solución en el empeño de superar la crisis estructural que vivimos en la Isla.
¿Qué es el extremismo? ¿Cómo se manifiesta? ¿Qué antídotos pudiera tener? Estas fueron preguntas eje que acompañaron un espacio en el que, esencialmente, se compartieron comprensiones diversas y funcionó como laboratorio de ideas y concientización.
Dos de las conclusiones que emergieron de manera colectiva refieren que, de un lado, el extremismo está más presente en nuestro escenario de lo que pudiéramos creer, y, por el otro, que su complejidad y matices demandan un análisis profundo, sistemático y responsable.
El extremismo está más presente en nuestro escenario de lo que pudiéramos creer, y su complejidad y matices demandan un análisis profundo, sistemático y responsable.
Se hace necesario mirar el extremismo más allá del vínculo con actos violentos o terroristas. Ha de observarse, también, en los ámbitos de la cotidianeidad. Es decir, debemos mirar al extremista que llevamos dentro, develar sus características, su origen, sus condiciones sociopolíticas, culturales, psicológicas, sus manifestaciones y sus vínculos con las maneras de hacer política.
Puede decirse, grosso modo, que la condición psicológica del extremismo apunta al desequilibrio entre necesidades y comportamientos, sumado a la incapacidad para regular emociones.
Entre otras variables, este desequilibrio está condicio