Una canción de Donna Summer, “Hot Stuff”, muy de moda en la década de los 70, sirve de punto de partida para el proyecto más reciente de un par de curadores jóvenes, empeñados no solo en vulnerar las rígidas concepciones que perviven en nuestra sociedad en cuanto a la representación artística del erotismo, sino, además, sumar a su show a pintores y fotógrafos nacionales activos, de distintas generaciones.
Los matanceros Abram Bravo (1995) y Marialis Martínez (1991) concursaron y ganaron apoyo del Fondo de Arte Joven para hacer realidad esta muestra, que abrió sus puertas el sábado 25 de mayo en el estudio-galería Delirio, espacio del creciente entramado de salas alternativas de La Habana que viene recibiendo gran atención del público, mayoritariamente juvenil, que asiste en masa a sus eventos.
En el texto de defensa del proyecto, dicen:
La muestra pretende visibilizar la confluencia espacio-temporal de varios artistas para los que, como medio o fin, el sexo ha sido un recurso creativo constante. La nómina la componen generaciones diversas, manifestaciones variadas y proyecciones inconexas en el ámbito simbólico; por ello, se pretende trazar una línea curatorial que entrelace las visualidades desde la utilización explícita del universo de lo sexual. Desde su nombre, inspirado en la homónima canción setentera de Donna Summer, la exposición es un homenaje a la cultura de la noche…
Salta en este párrafo el adjetivo “explícita”, lo que nos lleva de la mano a la antigua y aún no resuelta discusión entre lo concebido como erótico y lo aceptado como pornográfico.
Desde mi punto de vista —aclaro, no soy un erotólogo— el erotismo es la capacidad innata de los seres humanos de sentir, transmitir y provocar deseo sexual por la vía de la sugerencia, la veladura de las intenciones, la incitación embozada. En lo erótico juegan un papel preponderante la imaginación, la fantasía, las construcciones personales de sueños. Lo que resulta erótico para una persona no tiene que serlo para otra. El cuerpo todo es un órgano sexual, y las zonas erógenas son tantas como personas sexualmente activas haya.
En tanto, lo pornográfico es la representación explícita del sexo, un espacio que no deja el más mínimo resquicio para la ilusión erótica. Es lo que se ve, y no vale detenerse a buscar eso tan propio del arte que es la ambivalencia, la multiplicidad de sentidos, la participación de la inteligencia del que mira.
El erotismo nos incita a imaginar. La pornografía nos obliga a aceptar. De manera que lo erótico es, en arte, un ingrediente valiosísimo, mientras que lo pornográfico deviene la más de las veces mercancía, obras —literarias, cinematográficas, plásticas— carentes de ese componente enriquecedor de diálogo entre trasmisor y receptor. El erotismo es una ventana a lo que podría ser; la pornografía, a lo que es, de la manera más descarnada e irrebatible.
De más está decir que no anatemizo a la pornografía, ni a quienes la hacen ni a quienes la consumen. Es un derecho de cada cual escoger lo que cubra sus necesidades, estéticas o no.
Las obras
Dieciocho artistas fueron convocados. Entre todo lo visto, destaco, por su alto nivel estético, las obras de Rocío García, Adrián Socorro, Láncelot Alonso, René Peña, Rafael Zarza, Niels Reyes y Juan Ribero. Este último, todo un descubrimiento. Otras obras merecen comentarios, pero lo limitado del espacio no me lo permite.
Ribero vive en España. Su Composición en azul fucsia parte de los clásicos grabados eróticos japoneses. Apropiación posmoderna que él enriquece con