La noticia de su muerte nos golpeó en la noche del viernes 24 de mayo a varios de sus amigas y amigos: Roberto Zurbano tuvo la dura misión de hacernos saber que Tomasito Fernández Robaina ya había partido a ese otro mundo misterioso del cual habló tantas veces, a través de mitos y ritos que conocía a fondo. Con él se va, no sólo el alma del investigador y bibliotecario que conocimos y quisimos, sino un ser tocado por su propia leyenda, su mito afocante de compañero de tropelías de Reinaldo Arenas, y una noción de memoria que él repartió en otras anécdotas, escritos y confesiones, también parte de su leyenda.
De pequeña estatura, con un rostro inconfundible, su sentido del humor y de lo trágico, Tomasito se sobrepasaba a sí mismo en esa condición de testigo y conocedor de tantos secretos. Escribió sobre las prostitutas habaneras, sobre la historia de los afrodescendientes en Cuba, eso que se ha llamado «la historia de la gente sin historia», añadiendo a esa comunidad la presencia de los homosexuales.
No sé si aparezcan entre sus páginas lo que apuntaba sobre ese tema, del cual dejó algunas señales acá y allá, pasando por supuesto por su breve novela-respuesta a las memorias que Reinaldo Arenas firmó para hacerle aparecer en las situaciones más alucinantes, y que salió a la luz bajo el título de Misa para un Ángel (ediciones Unión, 2008).
No fue el único al que Reinaldo hizo pasar por esos delirios: Delfín Prats, los hermanos Abreu, Carlos Olivares Baró, Cocó Salas… son parte de esa fotografía imposible que vio llegar a los rebeldes con aires de una promesa que luego acabaría en tantas otras contradicciones y despedidas abruptas. La venganza de Arenas fue mitificar todo eso, en El color del verano y Antes que anochezca, sobre todo. En ambos libros, Tomasito es una especie de duende tropical que corre por una Habana desaforada. Acaso sin saberlo, Arenas lo hizo parte del mito mayor que es esta capital. Y luchando contra ello o aceptando el desafío, Tomasito se reconocía en ese espejo de doble filo.
Quien conociera a fondo a Tomasito podía descubrir a un hombre que había logrado hacerse reconocible a pesar de infinitos obstáculos. De origen humilde —había nacido en San Isidro, en 1941, y apenas tuvo noticias de su padre, tal y como sucedió con Arenas—, se forjó a sí mismo a contrapelo de todo aquello que parecía dispuesto a frenar sus aspiraciones. Su físico, su orientación sexual evidente, su origen humilde, los recelos que despertaba, hicieron que en su contra se acumularan gestos, leyes y palabras.
Quien conociera a fondo a Tomasito podía descubrir a un hombre que había logrado hacerse reconocible a pesar de infinitos obstáculos.
Cuando decidió integrarse a la oleada que desató la Revolución, abandonó el trabajo que tenía en un bar de su barrio natal, y comenzó estudios de contador agrícola, por lo cual tuvo que desplazarse hacia Holguín, y contaba que allí vio por vez primera a Reinaldo Arenas, sin imaginar aún las muchas correrías y la fama que iban a compartir.
Un compañero de estudios leyó su diario y fue denunciado como homosexual, y ello le costó la expulsión. De vuelta a La Habana, trabajaría en el Consejo Nacional de Cultura, y se empeñaría en ingresar a la Universidad, en la Facultad de Artes y Letras. Ya para ese entonces trabajaba en la Biblioteca Nacional José Martí, a la que dedicaría muchos de sus mejores empeños. Pero llegaba 1965 y su nombre aparecía ya en ciertas listas negras.
Gracias a la defensa de Maruja Iglesias, a quien fueron a preguntar sobre las aptitudes políticas y revolucionarias… y sexuales de Tomás, no lo llamaron para irse a las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAPs), que se abrieron en ese año y perdurarían hasta 1968. Libre de ese cerco, no pudo sin embargo graduarse cuando le correspondía, porque otras cartas y opiniones en su contra llegaron a la Universidad, y según su testimonio, Vicentina Antuña no sostuvo la misma postura que la doctora Iglesias. También expulsado de la Facultad, tendría que esperar a 1975 para regresar y culminar sus estudios, mien