Soy matemático. Forjé, durante los cinco años de carrera y varios más de estudio y ejercicio de la profesión, un intelecto en donde la clasificación, como herramienta, juega un papel trascendental. En la ciencia, es inexcusable el empleo de términos que no tengan una definición precisa y un uso consecuente, sin que eso excluya la posibilidad y el espacio para la polémica. Por ejemplo, se considera hipertenso a un sujeto cualquiera con cifras por encima de 140mmHg de presión sistólica o 90mmHg de presión diastólica.
El discurso político, sin embargo, parece desentenderse de esas exigencias de rigor. Si bien el uso de los términos «izquierda» y «derecha» tiene un origen histórico conocido que se remonta a la época de la Revolución Francesa y se asocia al lugar en que se ubicaban jacobinos y girondinos en relación con los representantes de la monarquía en la Asamblea Constituyente de Francia en 1789, los términos han invadido el lenguaje político y hoy todo el mundo habla de izquierdas y derechas, como sinónimos del bien y el mal y como referentes para cualquier persona, a quien no queda