Vale, aquí les cuento otras anécdotas del proceso creativo que va del guion al rodaje, según mi humilde experiencia y antes de que las olvide. Son cosas que no suelen aparecer en un making of, pero a mi modo de ver arrojan luz sobre los recovecos de lo que Georges Sadoul llamó Las maravillas del cine. Pues maravilloso es, sin duda, y no solo en Hollywood, ese texto que se sustancia en luz y eterniza (o al menos prorroga) rostros y ficciones que ya fueron, gracias al esfuerzo de mucha gente empeñada en satisfacer nuestra perenne avidez de mentiras hermosas.
-En 1997, cuando empecé a trabajar con Fernando Pérez en el guion de La vida es silbar —proyecto al cual, como he dicho antes, entré cuando ya existía una primera versión, pergeñada por Humberto Jiménez y el propio Fernando— teníamos cuatro historias, de las cuales se mantuvieron tres, a saber: la de la bailarina clásica que promete renunciar al sexo a cambio de ser Giselle (Claudia Rojas), la de la mujer tímida que se desmaya al escuchar determinadas palabras (Coralia Veloz), y la del músico cubano que se enamora de una extranjera (Luis Alberto García e Isabel Santos). El cuarto relato, de una chica gordita con una gran casa, lo dejamos para más tarde… y se convirtió en Madrigal (2007) nuestra segunda colaboración hasta el día de hoy.
Fernando quería que el encuentro entre Elpidio el músico y Chrissy la extranjera fuese por todo lo alto, algo diferente a las aventuras ocasionales que cada uno habría tenido. Entonces a mí se me ocurrió que la chica llegase a Cuba en un globo aerostático de Greenpeace, y el director conectó enseguida con la idea. Ahora bien, eso se escribe en un par de minutos, apenas unas líneas en un libro cinematográfico de ciento veinte páginas…