En Mapa dibujado por un espía, una de sus novelas póstumas, Guillermo Cabrera Infante relata la insólita entrada de Antón Arrufat a su apartamento tratando de convocar a varios amigos para salir a las calles habaneras en una supuesta manifestación de homosexuales. La novela reconstruye la agónica estancia del autor de Tres tristes tigres en Cuba, cuando regresó por última vez desde Bruselas para los funerales de su madre en 1965, y no logró regresar a su cargo en la embajada europea tan rápido como esperaba.
Ya esa no era La Habana «para un infante difunto», y entre los aires que confirmaban el cambio estaban los rumores de una campaña contra homosexuales que había tenido una de sus mayores evidencias cuando Vicente Revuelta, líder de Teatro Estudio, había sido relevado de su cargo al frente de la importante compañía que él había fundado en 1958. Pero había más señales, como las aparecidas en Mella y otras publicaciones, así como la expulsión de estudiantes de las Escuelas de Arte y las universidades debido a sus «debilidades», ya fueran ideológicas o de índole sexual, según la moral de quienes los acusaban.
En ese relato de Cabrera Infante la voz que se alza contra la idea de Arrufat, quien pretendía irse con «cartelones y todos a protestar ante el Palacio presidencial», es no otra que la de su maestro Virgilio Piñera. Según el autor de Mapa…, dijo allí el importante dramaturgo, poeta y narrador:
«—Me parece —dijo— que están ustedes equivocados. No se debe hacer ninguna manifestación pública. No que no los dejarían llegar a Palacio sino que ni siquiera podrían llegar a salir de donde salieran, de Teatro Estudio o de donde sea. Se trata ya de una manifestación pública contra una medida del Gobierno. Es decir, de un acto contrarrevolucionario. Además de que el pueblo le dará la razón al Gobierno. Aquí, todos, revolucionarios y contrarrevolucionarios, padecen del mismo complejo machista y están absolutamente en contra de los homosexuales, sean quienes sean».
Virgilio hablaba por experiencia propia. Dos años antes, en 1963, había sido una de las víctimas de La Noche de las 3P, el operativo policial que quiso barrer de La Habana a prostitutas, pederastas y proxenetas. Detenido en las calles de Guanabo, terminó recluido en las celdas del Castillo del Príncipe. Carlos Franqui, en Retrato de familia con Fidel cuenta su encontronazo con varios de los dirigentes a los que fue a reclamar por el maltrato infligido a Virgilio:
Los amigos se movieron, protestaron, y Piñera pudo salir de la prisión rápidamente. Cabrera Infante relató cómo se apareció en su casa, demacrado, y durmió allí esa y otras noches. Otros amigos homosexuales le tocaron también a la puerta, temerosos de nuevas recogidas, buscando protección.
Lo cierto es que Piñera nunca se repuso completamente de ese y otros sustos. Y cuando apretaron las leyes homofóbicas, a partir de la celebración del I Congreso Nacional de Educación y Cultura, en abril de 1971, su nombre, como el de otros artistas e intelectuales, desapareció por varios años de la vida pública del país.
Había triunfado el recelo, y desde el Consejo Nacional de Cultura y otras entidades, se quiso impedir que homosexuales, lesbianas y personas trans tuvieran influencia alguna en las nuevas generaciones, que deberían ser moldeadas a partir del concepto del Hombre Nuevo —La Mujer nueva, al parecer, ni siquiera existía en las mentes de quienes dictaban tal veto—. Piñera murió en 1979, sin ser rehabilitado.
Desde el Consejo Nacional de Cultura y otras entidades, se quiso impedir que homosexuales, lesbianas y personas trans tuvieran influencia alguna en las nuevas generaciones.
Cuento todo esto porque es una historia que así como tuvo de protagonista a Virgilio Piñera, uno de los más relevantes escritores cubanos, también se repitió en biografías menos visibles y atendidas. El recelo contra la persona homosexual, en Cuba, data de muy lejos, y está efectivamente en nuestra historia desde los días de la llegada de los españoles a nuestras tierras. Escandalizados por la conducta sexual entre hombres que mostraban sin recato, los pobladores originarios, rápidamente se denunciaron tales actitudes. En la Carta de Miguel Cúneo, de 1495, se afirma: «Por lo que vimos en todas las islas donde estuvimos, tanto los Indios como los Caníbales son grandes sodomitas, porque no saben, según creo yo, si ello es malo o es bueno».
A mediados del siglo XVII ocurrió el único auto de fe que la Inquisición efectuó en Cuba, cuyas víctimas fueron los dieciocho «amujerados» de Cayo Puto, ultimados en la Plaza de Armas, según refieren Fernando Ortiz y otros investigadores sobre el oscuro suceso.
Ni reformados, ni borrados
La saga de las personas que hoy integrarían la comunidad cubana LGBTIQ+, según el concepto contemporáneo que engloba tal sigla, es la de una visibilidad/invisibilidad intermitente, una historia de rupturas y vacíos violentos que sin embargo puede rastrearse desde una lectura intencionada de libros, documentos legales, hechos públicos y referentes diversos, que evidencian la existencia de un closet cubano, mucho antes de que el tema aflorase en las agendas oficiales y entidades como el Grupo Nacional de Trabajo para la Educación Sexual (fundado en 1974 a instancias de la Federación de las Mujeres Cubanas), del cual emanó luego el Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), en 1989.
Aunque el Cenesex haya sido el núcleo del cual han surgido las acciones más perceptibles sobre este asunto, principalmente a partir de 2008 cuando alcanzan una dimensión mucho más palpable las acciones de las Jornadas Cubanas contra la Homofobia y la Transfobia, no se puede olvidar que hay antecedentes. Múltiples nombres, figuras, acontecimientos dan fe de cómo la propia comunidad cubana de homosexuales, lesbianas, personas trans, bisexuales, portadores de VIH sida, etcétera, han querido ganar un espacio reconocible en nuestra sociedad, no siempre mediatizado por la visión/versión oficial a la que acuden tantos medios y estudiosos para identificarlos en el mapa mayor de lo Cubano.
La Revolución, que bajó de la Sierra Maestra portando una iconografía de rebeldes barbudos y de largas melenas, prometía un aire de liberación que también se acercaba a lo sexual. Sin embargo, pronto demostró que heredó los preceptos burgueses y machistas acerca de dichas actitudes, y condenaría a hippies y otras encarnaciones de tales ideales con un celo que superó incluso al de épocas precedentes.
La Revolución, que bajó de la Sierra Maestra portando una iconografía de rebeldes barbudos y de largas melenas, prometía un aire de liberación que también se acercaba a lo sexual.
En particular, el homosexual masculino se convirtió en un blanco inmediato de esos ataques, como símbolo de un abla