Hace unos días vi la comedia británica Wicked little letters (2023) de Thea Sharrock. Me gustó, pero debo decir que a pesar de contar con un prometedor elenco (Olivia Colman, Jessie Buckley, Timothy Spall) y adoptar un tono familiar (el de las producciones de Ealing), es un poquito maniquea, con algunos personajes negados a evolucionar, y se compromete demasiado con la corrección política ad usum para alcanzar el nivel de los clásicos cinematográficos de la pérfida Albión.
Estoy seguro de no ser el único que ha escuchado comentarios al estilo de «Figúrate, es que es humor británico, de eso nada más se ríen ellos». El concepto subyacente es que los ingleses (y los alemanes, pero hoy no les toca) suelen considerar divertido lo que para los demás es, bien ininteligible, bien un redomado pujo. Ha llegado el momento de romper una lanza a su favor. En textos anteriores he hablado de Peter Sellers, Monty Python y la serie Man about the house, pero hay mucho más.
En su etapa dorada, los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, los estudios Ealing de Londres fueron responsables de una serie de comedias que han resistido con garbo el paso del tiempo. The Lavender Hill mob (Charles Crichton, 1951) y The Ladykillers (Alexander Mackendrick, 1955) son dos buenos ejemplos, ambos con la actuación del gran Alec Guinness y la segunda (conocida en Cuba como El quinteto de la muerte) también con la de un juvenil Peter Sellers. El estilo de comedia de Ealing en ese período se aprecia en producciones posteriores, que van desde The wrong arm of the law (Cliff Owen, 1963) de nuevo con Peter Sellers, A hard day´s night (Richard Lester, 1964) con los Beatles, pasando por A fish called Wanda (Charles Crichton, 1988) con John Cleese y Michael Palin de Monty Python, y llegando, evidentemente, hasta la mencionada Wicked little letters: personas corrientes envueltas en líos de los que no saben como salir, crítica social, sobre todo a comportamientos típicos de una y otra clase, absurdo cre