Ya no se escuchaba el sonido del máuser en la manigua. Los machetes, en su funda de cuero, colgaban de un clavo en las paredes del bohío o en una vitrina de la casa señorial. Era el año 1899, convulso, de reacomodo nacional, de disgusto ante la independencia cercenada por la ocupación militar estadounidense, luego de una cruenta guerra.
La prensa enaltecía el reciente pasado glorioso y entre los temas divulgados por El Fígaro, el 2 de julio, presentaba la foto de un caballo. Se llamaba Libertador y había trasladado al Mayor General Antonio Maceo durante la invasión al Occidente del país, realizada entre el 22 de octubre de 1895 y el 22 de enero de 1896. No sólo sobrevivió a numerosos combates, sino también a la extenuante travesía desde Oriente.
El poeta y periodista matancero Federico Uhrbach así se refería a los hechos:
“De triunfo en triunfo, de gloria en gloria, recorrió el bruto, orgulloso de su carga, todas nuestras comarcas, de Naciente a Poniente, alígero y febril en el combate, dócil e inteligente en las jornadas, obediente a la brida en todo caso, ya en las sigilosas marchas nocturnas en que el éxito exigía la anulación de las manifestaciones ruidosas, ya en el fragor de la brega cuando la sangre de los bravos, enardecida por la fiebre de la lucha, estimulaba audacias e inspiraba intrepedices salvadoras.
Como el jinete, cuyo pecho se ostentaba estrellado por las líneas de innumerables cicatrices, muestra el corcel batallador los surcos inborrables conque sellaran sus carnes los aceros y balas enemigas (…)”
Maceo sentía especial cariño por Libertador. Narró en sus Crónicas de la Guerra, el periodista catalán y general mambí José Miró Argenter que cuando pasó la Trocha de Mariel a Majana, en un frágil bote, le confesó: “No tengo caballo, me dijo por toda contestación en tono muy triste y agregó: cuando quité la montura al Libertador para cruzar la Trocha sentí un dolor muy agudo”.
Martinete fue otro caballo legendario que tuvo Antonio Maceo. Con su sentido del humor, el Titán de Bronce lo había llamado así en honor a Arsenio Martínez Campos, el Capitán General del Gobierno español en la Isla.
El Fígaro también le dedicó una estampa. En la edición del 3 de septiembre de ese año de 1899 divulgó una foto, acompañada de estos datos:
“No es un caballo de gran estampa; tendrá a lo sumo, 6 ¾ cuartas de alzada; vivo, genioso, de andar ligero y llevado por diestro jinete, salta sin esfuerzo una altura de vara y media; noble, obedece con docilidad la rienda.
Al horror de la metralla solo hinchaba el cogote y paraba las guatacas bastante pequeñas.
Nació en un potrero de Jiguaní y era compañero del célebre Alambrado que hasta la terminación de la guerra montó el general Jesús Rabí.
Antes de la invasión le fue regalado al general Antonio Maceo por un modesto guajiro, su propietario.
Martinete como le llamó el épico mulato es de color blanco, muy blanco y fue el favorito del gran general y su compañero y su confianza en las horas negras del combate.
Hoy es propiedad de la viuda de Maceo, señora María Cabrales, quien lo ha cedido al Museo de Santiago de Cuba”.
Baconao
Martí cabalgaba el 19 de mayo de 1895 en Dos Ríos en Baconao un “caballo bayo claro, casi blanco, de crines rubias, de seis y media cuartas de alzada, gallardo y muy brioso, regalo del general José Maceo”, según el comandante mambí Rafael Gutiérrez. Sobrevivió, aunque herido por una bala que le penetró por el vientre y salió por una de las ancas, al fatal combate donde cayó mortalmente el Apóstol cubano.
Regresó hasta donde estaban las tropas insurrectas. Máximo Gómez ordenó que fuera curado y que nadie más lo montara. Estuvo protegido en la finca Sabanilla. Cuando José Francisco Martí Zayas Bazán siguió el ejemplo de su padre y se sumó a la lucha en el Oriente cubano le fue entregado