Este es un texto a 4 manos con mi papá, Jorge Bacallao Gallestey, una de las personas más lúcidas y brillantes que he conocido, y todavía mejor papá.
Hace como 8 años, en una época en que todavía solía llevar reloj de pulsera, conocí a un relojero cuanto menos peculiar. Era metódico y prolijo en su oficio, y además, serio, riguroso y buen conversador. Lo recuerdo como un personaje con varias inquietudes intelectuales: jugamos ajedrez, hablamos de artes marciales y al reconocerme como comediante, me mostró dos esbozos de guion para Vivir del Cuento que había intentado por su cuenta. Tenía buen conocimiento de Excel y programaba decentemente, así que un día me pidió que le revisara un algoritmo en el que había estado trabajando para después programarlo. Todo perfecto hasta que me dijo el propósito del algoritmo de marras.
Resulta que aquel relojero tenía intenciones de predecir, algoritmo mediante, los números que saldrían en la bolita. Dejemos por un momento el asunto de la ilegalidad a un lado, puesto que esa práctica es un secreto a voces en cada esquina cubana. Para mí fue un shock que una persona que me había dado pruebas de reflexión y capacidad de raciocinio, no entendiera la aplastante lógica subyacente bajo ese juego de azar. Ya yo sabía que hay un montón de individuos que llevan registros de lo acontecido en la bolita a lo largo de la historia, porque tuve un suegro y un profesor de ajedrez que lo hacían, y conocí por r