La última vez que fui a Porto Alegre estuve de paso. Era diciembre de 2023. Aterrizamos en el aeropuerto Salgado Filho y seguimos camino hacia el interior del estado, donde nos quedaríamos por algunos meses.
Casi no vi la ciudad, pero el trayecto hacia la BR-290, la carretera que conecta Porto Alegre con otros municipios y por la que debíamos seguir ruta, bordea media rivera del lago Guaíba, que de tan caudaloso siempre me ha parecido un océano ribereño de agua dulce en cuyos bordes se levanta la capital del estado de Río Grande del Sur, en Brasil. Aquel día, como es costumbre, vi las aguas del Guaíba encandilarse con el reflejo del sol, y moverse, serenas, en un vaivén delicado mientras pasábamos por encima del puente.
Las únicas “malas” noticias en las que ese río había aparecido como protagonista se refieren a proliferaciones estacionales (generalmente veraniegas) de algas que distorsionan un poco el color, sabor y olor del agua del caudal.
Pero hoy las cosas son diferentes. Ya de vuelta a mi casa en Niterói, Río de Janeiro, la imagen del Guaíba que grabé en mi memoria durante mi último viaje parece un delirio. Escenas de una Porto Alegre sumergida hasta el cuello bajo las aguas del río, cual Atlántida, se han hecho recurrentes en medios de prensa y perfiles de todo tipo en las redes sociales.
Del mismo modo, inundan mi feed de Instagram los rescatistas salvando personas que van dejándolo todo atrás mientras se suben desesperadas a las embarcaciones huyéndole a la muerte; botes y kayaks en los que también navegan algunos perros y gatos que lograron guarecerse en los tejados que el agua no se tragó. La solidaridad que veo me sobrecoge, y a la vez me revela cuán poca cosa somos ante la estampida feroz de la naturaleza.
Desde el 27 de abril no sólo la capital gaucha, sino varias ciudades de la región metropolitana y el interior del estado de Río Grande del Sur, que según el último censo realizado en 2022 tiene cerca de 11 millones de habitantes, están bajo agua. Hasta el momento se han contabilizado 100 muertes debido a los fuertes volúmenes de lluvia y su impacto en las vías públicas y residencias. Esa cifra, desafortunadamente, debe aumentar a medida que el nivel de las aguas baje y la dimensión del desastre se haga más evidente. Un escenario que tampoco es visible en el horizonte más próximo.
El Instituto de Meteorología sigue avisando sobre temporales que amenazan con que el agua siga subiendo. Un reporte de Metsul, el observatorio meteorológico de la región, alertó el miércoles 8 de mayo que la crecida de los ríos y lagos en el estado se agravará en lo que resta de esta semana y la próxima. La nota añade que no hay referencias históricas de inundaciones de esta magnitud en la zona, por lo que es imposible predecir hasta dónde puede llegar el agua y, consecuentemente, sus daños.
Las pérdidas materiales hasta ahora son inconmensurables. Además de a sus seres queridos, una buena parte de la población gaucha ha perdido sus casas, pertenencias y animales domésticos. Hay niños y ancianos desaparecidos. Y todo un país está en vilo esperando un desenlace que no parece vislumbrarse mientras las lluvias sigan amenazando. El estado es, y oficialmente así se ha decretado, de calamidad.
“Mientras tengamos agua para beber y comida nos quedaremos en casa. Ayer logré coger un bote e ir hasta un punto de rescate para acopiar más agua y cargar los celulares. El río no para de subir, cada día parece que el nivel aumenta un poco más, pero seguimos aquí, esto también pasará”, dijo en un audio a través de WhatsApp un amigo residente en la capital gaucha.
Las comunicaciones son intermitentes. El agua potable escasea y la única forma de moverse por la ciudad es por medio de embarcaciones de rescate o helicópteros. Además, el aeropuerto internacional Salgado Filho, que conecta la ciudad con el resto del país y del mundo, también está bajo agua y ha sido cerrado hasta nuevo aviso.
Sumergida y aislada está Porto Alegre. El Guaíba, que ha sido por años el rostro de la ciudad para Brasil y el mundo, llegó a alcanzar este domingo los 5.29 metros y ha cubierto hasta el cuello a algunos de los más icónicos predios del centro histórico; tomado las principales avenidas y puesto en pausa la vida de una ciudad (casi) entera. Según el Instituto de Investigaciones Hidráulicas de la Universidad Federal del Estado de Río Grande del Sur (UFRGS), se espera que el nivel del Guaíba se mantenga sobre los 5 metros hasta este jueves; pero justo este día debe comenzar a llover de nuevo.
Según un reporte de Agencia Brasil, 781 mil personas han sido afectadas por la tragedia, que mantiene en zozobra a 334 de los 497 municipios del estado, y a todo un país que los acompaña a través de las noticias y las redes sociales. La cantidad de desaparecidos ya es de 128 personas.
El desabastecimiento de agua potable, la falta de electricidad y el desborde de los ríos, que ha destruido e incluso bloqueado el tránsito en carreteras intermunicipales, son algunos de los efectos inmediatos y más visibles de la catástrofe climática, ya considerada la peor de la historia gaucha, y que ha forzado a casi 50 mil personas a refugiarse en centros de acogida o en las propias casas que el agua no alcance todavía. Muchas no saben cuándo volverán a sus hogares, o si será siquiera posible.
Entre el 24 de abril, días antes de que comenzaran los temporales más intensos, y el 4 de mayo, habían caído 420 milímetros de lluvia, equivalente a lo que pudo acumularse, en condiciones normales, a lo largo de tres meses.
La catástrofe anunciada
Manuela Fonseca tiene 35 años y vive en Cidade Baixa, un barrio próximo al centro histórico de Porto Alegre, una de las zonas más afectadas por la penetración del Guaíba. En 2020, plena pandemia, abrió junto a dos amigas Miau de Ape, una organización de rescate de gatos.
Hoy Manuela está en el noveno mes de su embarazo y no ha podido estar en la línea de frente ayudando a los voluntarios en el rescate de animales perdidos durante las inundaciones, ni siquiera apoyando en el acopio de donaciones para quienes más lo necesitan.
“Aunque aquí estoy segura y tengo acceso al hospital, me siento culpable por no estar ayudando”, lamenta.
Manuela pudo evacuarse el sábado por la noche, justo antes de que el agua llegara a su calle. “Me estoy quedando en un apartamento de favor, porque aquí tengo acceso a los hospitales”, dice. “Pero aun estando segura te pasas el día escuchando las sirenas, el ruido de los helicópteros sobrevolando, sabiendo que a tu alrededor hay gente muriéndose o perdiéndolo todo, incluso gente que está muy cerca de ti”, añade.
“La advertencia de inundación había sido dada hacía semanas. La mayoría de nosotros asumió una postura de negación, pensamos ‘el Guaíba no va a llegar hasta aquí’. Y de hecho no llegaría si el sistema de compuertas estuviera funcionando, pero no lo está. El poder público municipal nos dejó a la buena de Dios. Además de no darles mantenimiento a las compuertas, no dio avisos preventivos”, relata Fonseca, quien puede dar a luz en cualquier momento.
El sistema de contención del río Guaíba está compuesto por 14 compuertas y fue creado en 1970, treinta años después de la crecida histórica de 1941 que, hasta mayo de 2024, había sido la más catastrófica