LA HABANA, Cuba -. Una parte de la infancia de Jesús Chuly Ametller (Boyeros, 1970) transcurrió en el estadio beisbolero del Hospital Siquiátrico de La Habana, popularmente conocido como Mazorra. Entonces había allí un equipo sólido donde la principal figura era el portentoso Armando Capiró.
El trabuco lo dirigía el abuelo materno de Ametller, y el niño (enamorado a primera vista de aquel juego) se convirtió enseguida en una suerte de cargabates suplente. Se ponía el guante y el casco de Capiró, le fildeaba rodados a Radamés Maceo… Inevitablemente, decidió que quería ser pelotero.
Lo que pasa es que el Chuly, como siempre le han dicho, no tenía el mejor físico. Delgado y pequeño, no pudo acceder nunca a la EIDE, y en la ESPA –por más palos que diera– no lograba encandilar a los expertos. Sencilla y llanamente, era otra víctima de la rígida aplicación de la teoría del somatotipo. La misma que podía haber dejado sin historia a Dustin Pedroia, José Altuve, Luis Crespo o Alfredo Despaigne.
Por suerte, el muchacho persistió. Lo menospreciaron en un sitio, lo ningunearon en otro, y él siguió alzando la cabeza hasta que un día pudo debutar en Series Nacionales, y otro día llegó a la titularidad a raíz de una grave lesión del estelar Lázaro Vargas. Le encomendaron custodiar la antesala de la escuadra azul, y Ametller no dejó que el uniforme le quedara grande.
Eran años de gloria en la Serie Nacional. Ni corto ni perezoso, el Chuly se granjeó el respeto, su nombre empezó a ser repetido en los corrillos, pero justo en ese instante decidió que quería hacer su vida en otra parte. Y vaya si la hizo, porque solo la mala fortuna le impidió salir a los diamantes del mejor béisbol del mundo.
¿Cuáles entiendes que eran tus virtudes y limitaciones para el béisbol?
Lo mío era batear. Tenía habilidades para darme cuenta de muchas cosas que pasaban durante el juego (es decir, lo podía leer con bastante facilidad y se me hacía más sencillo), pero mi mejor condición era el bateo. Y mi mayor carencia fue la defensiva. La jugada de rutina podía hacerla sin problemas, pero no poseía mucho desplazamiento ni mi brazo era el más fuerte.
Siempre dices que en Cuba te menospreciaron pese a tus buenos rendimientos…
Creo que mi carrera tuvo menosprecio por cantidades. Es cierto que resultaba difícil imponerse en esa época porque había mucha calidad: en mi caso, jugaba segunda y tercera, y en ambas posiciones La Habana estaba llena de figuras. Pero sí me parece que pude gozar de más oportunidades, no porque yo las mereciera más que nadie, sino porque me las había ganado. Mis números lo respaldaban.
Cítame algún ejemplo de eso.
En mi último año juvenil no hice el equipo Ciudad Habana de la categoría, pese a ser el camarero regular de todo el año en la ESPA. Jugué la provincial de primera con la preselección del equipo, bateé por encima de .400 y, no obstante, en el último corte, cuando había que eliminar a un solo pelotero, me dejaron fuera del Nacional Juvenil. Entonces viene lo inexplicable: supuestamente no estaba al nivel de aquel equipo, pero me incluyeron en la preselección de Metropolitanos. Es algo que no se entiende. Finalmente hice el grado en los Metros, aunque no tuve actuación de ningún tipo.
¿Cómo es la historia de que en tu primer turno al bate te pidieron que te pararas a la derecha?
Eso fue contra Guantánamo, en el Latino. Estaba picheando Osvaldo Duvergel, el juego iba empatado al final del octavo inning, y con dos outs me mandaron a batear de emergente. En el momento que iba saliendo del círculo de espera rumbo al plato, se me acercaron para decirme que me parara a la derecha, que Germán Mesa iba a salir al robo de home al primer pitcheo. Imagínate, zurdo de toda l