Toda vez que voy entrando en la edad en que es conveniente empezar a escribir tus propias Memorias antes de comenzar a perder la ídem, pero una voz dentro de mí (eso sí, cada vez más débil) me asegura que todavía no es para tanto, he decidido no acometer aún el proyecto cabal, pero ir narrando algunas anécdotas por si acaso me esquivaran más tarde. Por consiguiente, aquí les van algunas del ámbito cinematográfico.
Sabed, oh mis buenos lectores, que por regla general aquellos que dirigen cine no ven con muy buenos ojos que el guionista merodee por el set. Claro, a veces la amistad los obliga, y ahí está uno para abusar descaradamente de ella. Entonces, inclino la cerviz y lo admito: algunas veces asistí a la filmación de una película ajena cuyo guion había coescrito, para ver cómo se materializaba lo que asenté previamente en papel, para aprender de cine… y porque la comida que daba el ICAIC solía ser buenísima.
-En una ocasión, durante el rodaje de Kleines Tropikana (Daniel Díaz Torres, 1997), se preparaba una escena sencilla, en que la actriz Carmen Daisy debía atrapar un osito de la máquina expendedora de peluches. Ahora bien, al llegar allí, Daniel daba por sentado que existiría alguna artimaña para que la garra mecánica capturase un juguete concreto, de modo que, aunque el asunto había sido previamente acordado con las autoridades del lugar, no se le ocurrió preguntar por ese detalle… y los empleados, contritos, le explicaron que no, que de truco nada, o por lo menos ellos no sabían que existiera.
Los asistentes prob