“Cuando empecé a estudiar la historia del cine, me di cuenta de que la primera manera que encontraron los realizadores para hablar de los grandes demonios de la mujer fue a través del cine de terror”, dice la realizadora Rosa María Rodríguez Pupo.
“Se habla del miedo a la maternidad en El bebé de Rosemary (1968), La profecía (1976), Alien (1979). Cuando se empieza a despegar con el cine de autor como tal, es con el terror”, amplía la también productora audiovisual, una de las titulares del estudio independiente GatoRosafilms.
Ella nació en Holguín, en 1988, y cursó arte dramático en la Academia de Artes Vicentina de la Torre, de Camagüey, entre 2004 y 2007. Fue de los fundadores, y llevó la dirección general, en Trébol Teatro.
Egresó de la especialidad de Dirección de Cine en la Facultad de Medios Audiovisuales (FAMCA) de la Universidad de Las Artes; y de Producción, en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV).
En declaraciones exclusivas para Altercine, la cineasta holguinera cuenta: “El terror me fascinó desde muy pequeña. También fui a terapia por ello. Una noche me levanté y vi una peli sobre una mujer que mataba hombres. Me traumó. La psicóloga me explicó que todo aquello eran trucos: ‘Usan sangre artificial, y se hace así… Empecé a entender ese universo y lo vi muy divertido”.
Sonríe y confiesa que su película preferida es Braindead: Tu madre se ha comido a mi perro (1992), de Peter Jackson. “El cine de terror te permite trabajar cosas que normalmente no se hacen. Mis temores y demonios no los veo tan bien representados como sucede en ese género. Eso me fascinó”.
Una trayectoria terrorífica
Su primer cortometraje y ejercicio de graduación de la FAMCA, La casa (2013), se inspiró en el cuento La casa de la discreta despedida, de la escritora holguinera Mariela Varona. Trata de un hombre que quiere morirse, pero no se atreve a hacerlo con sus propias manos y accede a un negocio que brinda semejante servicio.
“Nos pareció maravilloso para llevarlo al cine gore”, comenta la realizadora. Par de años después, incursionó otra vez en el género con el cortometraje La costurera, premiado en el Festival Internacional de Cine de Gibara de 2017 y donde el uso de recursos de animación sirve para amortiguar el horror.
“El reto fue hablar de algo tan terrible como la pedofilia, sin caer en lo que estoy denunciando. Porque a veces veía el tema y a la actriz niña la estaban tocando. La animación fue el camino de toda la escena de la violación”. Las tramas de sus historias apuntaban, a veces sin proponérselo, a tales rincones oscuros, como sucedió con I love Papuchi, un corto sobre una mujer obsesionada con su pareja.
“Terminó siendo muy fuerte, pues empieza siendo un chiste y se va convirtiendo en una película de terror —declara Rodríguez Pupo—. La chica se ha tatuado el nombre del tipo, se pasa el día entero cocinándole, no come. Él no quiere que ella tenga un hijo, porque engordaría… Nunca le aposté nada a I love Papuchi y, sin embargo, es de mis películas más reconocidas”.