LA HABANA, Cuba. – Aunque ha pasado muy poco tiempo ya son muchos los que olvidan el “miedo creíble”, ese que aparentaron tras la llegada a EE.UU. y después de recorrer tanto paisaje inhóspito. Se perdió el miedo con la desaparición de esos panoramas tan áridos, y la selva en la que siempre descansa el miedo por un rato. No son pocos los que ya olvidaron ese miedo que debía ser creíble a la hora de la entrar a EE.UU.
Los que entraron olvidaron muy pronto las espinas que añadieran el paisaje y lo peor de esas duras travesías. Y muchos de esos recién llegados echaron a un lado los males de la patria que esgrimieran un rato antes para conseguir la entrada. Todo pareció esfumarse en esas nuevas geografías en las que fijaron sus nuevas residencias.
Muy pronto se olvidó el “miedo creíble”, el que al parecer nunca existió y que no fue más que un miedo retórico, pura palabrería. Muy rápido el miedo se hizo increíble. Bastaría con poner los pies sobre el asfalto de esas ciudades del “norte revuelto y brutal”. Y ya muchos de los que se fueron no recuerdan ese miedo que manejaron para que los dejaran entrar y establecerse.
Ha pasado poco tiempo y ya son muchos los que están dispuestos a volver a Cuba por un rato. Muchos, si pudieran, harían ya las maletas y el viaje. Y es que, insisto, olvidaron pronto esas terribles huellas que dejaron las travesías que ya quedaron atrás, sepultadas en paisajes ominosos y agrestes. Muchos olvidaron ya el “miedo creíble” que fuera el más sustancial de entre todos los argumentos.
El implacable miedo ya no está, desapareció. Muchos olvidaron, tras la llegada, a la Cuba que veja. Bastó con poner los pies en esas tierras para olvidar los discursos comunistas en todos sus detalles. El asentamiento definitivo les permitió olvidar esas argucias que fueran preparadas para que se hiciera creíble el miedo en toditos sus detalles.
El “miedo creíble” será entonces guardado por un tiempo prudencial, hasta que lleguen esos días en los que podrían conseguir la “residencia”, esa green card que les permitirá salir y entrar del país una y otra vez y reencontrar a los parientes que acá quedaron varados por decisión propia o por mala suerte, o por falta de dinero para cubrir los gastos del viaje.
Muchos serán, estoy seguro, los que vuelvan muy pronto, los que viajen a Cuba con frecuencia, los que harán que esa estancia en “la amada patria” sea placentera en todos sus detalles. Ellos van a procurarse una quieta estancia, y juzgarán desde lejos la situación del país, y a partir de sus bolsillos, del dinero que tengan para pagar los placeres que no consiguieran en sus días cubanos.
Ellos, es muy probable, tendrán dinero para pagar la “felicidad” en esos días de visita. Ellos pr