LA HABANA, Cuba. – Por estos días supimos la triste noticia de que a Crescencio, un vecino muy querido, lo encontraron ahorcado. Era educado y amable. Rondaba ya los 90 años y vivía solo en una pequeña y derruida habitación en un pasillo de la calle 13. Quienes lo conocían desde hace años cuentan que no tenía familia, y que en los últimos meses salía poco a la calle, pues le resultaba difícil caminar, y se quejaba con mucha frecuencia de su dura situación. Crescencio se suicidó por hambre, por angustia, por desesperación…
Y es que el vertiginoso aumento de los precios de los alimentos, la creciente escasez de estos y la falta de dinero para adquirirlos han hundido a demasiados cubanos en un grado inconcebible de miseria. La actual crisis nos ha golpeado a todos, y con más fuerza, lógicamente, a las personas vulnerables como discapacitados y enfermos crónicos, madres solteras, personas sin respaldo económico, etcétera. Y dentro de ellas, entre los más afectados están los ancianos. Son muchos los que viven en la indigencia. Duermen en los portales y deambulan por las calles enajenados, registrando ávidamente los contenedores de basura en busca de algo que llevarse a la boca. Un lamentable espectáculo que no pasa desapercibido para nadie, aunque los medios oficiales, en abyecto intento de tapar el sol con un dedo, se empeñen en repetir las huecas consignas castristas, como aquella de que “nadie quedará desamparado”.
Acaso para aparentar preocupación, precisamente por estos días la Seguridad Social entregó algunos módulos gratuitos con 1 kilogramo de arroz, otro de azúcar, un paquete de espaguetis y una latica de pescado. La distribución de esas ultrajantes raciones comenzó a mediados de 2021, pero además de que su contenido ha mermado desde entonces, no se ha materializado to