Saro Silva se mueve con naturalidad. No importa cuándo, cómo ni dónde, su cuerpo es un lienzo mediante el cual expresa emociones y narra historias. Es una de las bailarinas prominentes de la danza contemporánea cubana en los albores de este siglo. Formó parte por más de una década de la compañía DanzAbierta, una de las agrupaciones revolucionarias de ese arte en Latinoamérica. Pero su trayectoria va más allá de los escenarios, las giras por los principales circuitos de la danza del mundo, los aplausos y las luces.
Saro es su nombre artístico. Tuve la suerte de conocerla cuando daba sus primeros pasos en la danza. Entonces la llamaban por su nombre de pila: Sarielys Silva Torres. Fuimos compañeros en la secundaria básica, en la Escuela Vocacional de Arte (Eva) Raúl Gomez García, de Holguín. Ambos cursamos la especialidad de danza contemporánea. Recuerdo que ella era la mejor de la escuela, tanto en las materias curriculares como en la danza.
Era una gran compañera. Muy solidaria. Antes de cada prueba nos reuníamos en su casa a estudiar. Tenía mucha paciencia y facilidad para explicarnos los ejercicios de matemática, que a mí me costaba entender.
Los caminos de la vida y la vocación la llevaron a continuar por los senderos de la danza y convertirse en una gran bailarina. Mi carrera en esa disciplina artística, no obstante, resultó ser efímera.
Pasaron los años y le perdí la pista. Un día, frente al televisor, mientras veía atento el videoclip de la canción “Era”, de Santiago Feliú, reconocí a la bailarina que protagonizaba el audiovisual junto al trovador. Era Sarielys.
Cierto día, mientras pasaba por el teatro Mella, en La Habana, en cartelera se anunciaba la presentación de la compañía DanzAbierta, de Marianela Boán, revolucionaria en la estética danzaria de la isla. Entre los nombres de los bailarines figuraba el de mi antigua compañera. Esa noche fui a verla.
La sala estaba repleta. Desde una de las butacas del teatro la vi danzar y me emocioné. No recuerdo cómo se llamaba el espectáculo, pero sí cómo me impactaron los movimientos de Saro, de una teatralidad y técnica impresionantes. La imagen era sobrecogedora.
Cuando corrieron las cortinas, esperé a la salida del teatro a los bailarines. Entre el tumulto de gente, Sarielys me reconoció y, con mucho cariño, vino a mi encuentro, como si no hubieran pasado los años y fuéramos los mismos de aquellos tiempos en la escuela vocacional en Holguín.
Estuvimos un rato conversando. La gente pasaba y la felicitaba por su actuación. A pesar de ser una bailarina reconocida, Saeielys seguía mostrando la misma humildad que cuando éramos adolescentes.
Gracias a las redes sociales volvimos a cruzarnos hace un par de años. Desde hace una década radica en México, donde fundó Saro Silva Studio, su academia de danza.
Conversando por chat recientemente supe que había sido madre y que, detrás de su carrera, de cada paso, giro y gesto, tiene recorrido un camino de superación personal, perseverancia y dedicación. De muchos lauros y reconocimientos en público pero también de caídas y tiempos grises. Su historia es de las que inspiran y merecen ser contadas.
Bailar es salvación
Saro nació en 1981, en Las Tunas, pero a los pocos días de nacida sus padres se mudaron a la ciudad vecina de Holguín. A sus 10 años comenzó a asistir a un círculo de interés de danza, dirigido por “Berrillo” (Alejandro Berrillo), célebre pedagogo y personalidad de la cultura holguinera.
Aprendió los primeros pasos de los bailes típicos cubanos: el danzón, el chá chá chá y el mambo. También danzas rusas y polacas. Saro comenzó a enamorarse del movimiento, de los ritmos y del escenario. En los matutinos de su escuela primaria, ante todo el alumnado, disfrutaba de salir bailando en las veladas culturales.
Su madre es licenciada en educación y su padre ingeniero mecánico. De su familia, ha sido la primera y, hasta ahora, la única con inquietudes artísticas. Su padre advirtió esas señales y fue quien, en 1993, a sus 12 años, la llevó a la Vocacional de Holguín para realizar las pruebas en la especialidad de danza contemporánea. No lo tuvo fácil. Aunque aprobó el examen, los profesores no le auguraban un futuro como bailarina.
¿Cómo recuerdas tus inicios en la danza?
En el primer año del nivel elemental varios maestros me dijeron que no tenía las condiciones para bailar porque tenía problemas anatómicos a nivel de las rodillas y de los hombros. Alegaban que no era flexible. Creían que no tenía habilidades o capacidades físicas para la carrera de danza contemporánea. Prácticamente me decían que perdía el tiempo, porque no iba a ser bailarina.
¿Cuán frustrante fue?
Aquello se convirtió en un desafío para mí. Aunque era solo una niña y no entendía qué era la danza contemporánea o el ballet, sentía que bailar lo era todo. Soñaba con ser bailarina y salir de Holguín para presentarme en los grandes escenarios de la capital.
A pesar de mi corta edad, tenía muy claro ese objetivo. Le dije a mi papá que me esforzaría al máximo para convertirme en la mejor bailarina posible. Desde el primer año del nivel elemental, cuando tenía 12 y cursaba séptimo grado de secundaria, me propuse dar lo mejor de mí para alcanzar mi meta.
Tuve apoyo e inspiración de mis padres; se esforzaron muchísimo. Me alentaban a seguir adelante. Era una época muy difícil, de mucha escasez, los tiempos más duros del Período Especial. Mi papá se dedicaba a diseñar las calderas de los centrales azucareros de Oriente. Después pasó a trabajar la tierra en un programa de agricultura que se llamó “División Mambisa”. Y mi mamá, mientras yo estudiaba en la Eva, y mi hermana era pequeña, terminó su licenciatura en Educación.
Sus ejemplos me enseñaron sobre la resiliencia. Comprendí que el fruto del esfuerzo es el más valioso. Recuerdo que me decía a mí misma: “No puedo defraudarlos, ellos merecen que yo sea la mejor estudiante y la mejor bailarina”.
¿Cómo fueron los primeros años en el nivel elemental de danza contemporánea?
Trabajé el triple que mis compañeros, ya que muchos tenían habilidades naturales que yo no poseía, como la flexibilidad en los splits y los elementos acrobáticos. Eso llevó una carga extra. Pasaba prácticamente todo el día en la escuela. Por la mañana teníamos las asignaturas de secundaria y por la tarde las de danza. Mi papá me llevaba en bicicleta a la Eide de Holguín, con un grupo de gimnasia artística, para ejercitar mi elasticidad. Durante tres años me levanté a las 7 de la mañana y no paraba hasta las 10 o 11 de la noche. Mi mamá siempre cuenta que a veces dormía con el uniforme puesto.
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Con su dedicación, logró alcanzar un alto nivel técnico y curricular. Se convirtió en la mejor alumna del grupo.
Al terminar el nivel elemental, llegó otra prueba de fuego: el paso al nivel medio. Para continuar en la carrera de danza, debía competir en La Habana con alumnos de las escuelas de arte de todo el país. Era un examen riguroso en el que se evaluaban muchas cuestiones técnicas. Saro brilló en su performance y, el 11 de julio de 1996, justo durante su fiesta de 15, recibió la noticia de que no solo había aprobado, sino que, además, ocupaba el primer lugar en el escalafón de todos los bailarines evaluados a nivel nacional.
Saro se fue a la capital, a la Escuela Nacional de Arte. Aunque seguía rumbo a su sueño fue difícil desprenderse de su familia, de su casa y caer con 15 años a una beca en la gran ciudad.
¿Cuando llegaste a La Habana sentiste que habías cumplido parte de tu sueño?
Confieso que en ese momento no sabía hasta dónde podría llegar. Mi único deseo era ser bailarina y actuar en los teatros de La Habana. Vivía con intensidad todo lo que me estaba sucediendo. Fui descubriendo cosas en el camino,