La Franja Teatral, de la mano de Agniezska Hernández, dramaturga y directora, propone con Ana, la gente está mirando la sangre, un adiestramiento para entierro. Nada menos que el entierro1 de Ana Mendieta, la niña cubana enviada junto a su hermana adolescente a Estados Unidos en la década de los 602, de la artista del land art —aunque no solo— que buscó con denuedo atar nuevamente, con su sensibilidad plasmada en obras conceptuales y de vanguardia, los lazos emocionales con su país de origen, restablecer el sentido de pertenencia a un “pequeño género humano”, ese que ninguna contingencia política tiene derecho a cercenar.
Ana, de 36 años, murió en circunstancias oscuras a las 5:30 de la madrugada del 8 de septiembre de 1985, cuando cayó del piso 34 de un edificio en Manhattan, en lo que puede haber sido un suicidio, un asesinato o un accidente. El 8 de septiembre, justamente el día en que los cubanos honran a la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona del país; Oshún para los practicantes de la Regla de Osha.
Allí, en el corazón de la ciudad de Nueva York, ella atesoraba tierra cubana. Allí la artista conjuraba el desarraigo, la pena profunda de un pueblo escindido; allí ejercía el arte del dolor, de la reivindicación del origen.
Los hechos
Existen grabaciones en las que Carl Adre (1935-2024), la pareja de Ana, reconoce que la madrugada de su muerte tuvo una discusión acalorada con ella, y se apura a decir que la artista se lanzó al abismo por propia voluntad. Los vecinos testimoniaron que, antes de sentir el impacto de su cuerpo contra el techo de una charcutería de Mercer Street, la escucharon gritar “¡no!”.
La policía encontró arañazos en los brazos y el rostro de Adre, que parecen haber sido producidos por una pelea. Aun así, Adre resultó absuelto del delito de homicidio.
Esadestramento difícil para los que amamos la obra de Ana aceptar el veredicto de los jueces; pero no encontraron evidencias incontestables. Hay quien conjetura que, de haber sido estadounidense de nacimiento y no inmigrante, otro pudo haber sido el resultado del juicio.
Ana se quejaba de la normalización social de la violencia. La gente no mira la sangre, decía; y la sangre en sus obras era símbolo de la feminidad abusada.
Se cuenta que invitó a un grupo de personas a su casa. Ella esperaba, ensangrentada, sobre una mesa. Los convocados, al ver la puerta abierta y la sangre manando, seguían de largo.
Contra esa indolencia, contra esa falta de conmiseración y empatía luchaba Ana Mendieta con sus armas de artista. Con este hecho juega la dramaturga para titular su pieza, pues sabe o intuye que los transeúntes de aquel fatídico amanecer se quedaron consternados mirando la sangre de la muchacha cubana, reventada por la sordidez, la deshumanización social y el desamor.
Dice Azazelo, un personaje de resonancias bíblicas: “De ese horizonte para allá, fuimos cortados, separados, divididos, con la espuma de una ola. Un tajazo. Los de aquí y los de allá. Tanto mar en el medio que no pueden ni abrazarse. Esta es la situación en la que hemos quedado: en esta obra va a romperse la familia”.
Claro que tratándose de Agniezka Hernández y de La Franja Teatral, la pieza no se circunscribe solo al ámbito biográfico de la artista. Trata de la Ana atormentada y lúcida, de su “salvaje” creatividad indetenible; pero habla de la emigración como fenómeno universal, de la segregación, de la violencia de género, de la suma de equívocos en la que los cubanos hemos estado sumidos por tantos años.
Así tenemos a Hansel y Gretel, niños emigrantes de ahora mismo, tratan