Desde diferentes lugares de Cuba y del extranjero viajaban al pequeño caserío de Madruga, en la jurisdicción de La Habana, ubicado en la falda de una colina, a 500 metros sobre el nivel del mar. Llegaban para recuperar la salud en los baños medicinales denominados Templado, El Tigre y La Paila. Existía otro manantial llamado El Copey de aguas potables, muy demandadas que abastecía al poblado y fue comercializada en diferentes lugares del país.
Las fuentes consultadas nos dicen que en el siglo XVIII ya los baños eran recomendados. Daba fe de sus poderes curativos Juan Procopio Bassecourt y Bayas, Conde de Santa Clara y Gobernador de Cuba en el período 1796–1799.
Desde 1802 fueron objeto de estudio por varios científicos españoles y en 1854, el médico francés Honorato Bernard de Chateausalins publicó un libro El vademecum de los hacendados cubanos, o Guía práctica para curar la mayor parte de las enfermedades, donde incluyó sus observaciones anotadas durante los dos años en que residió en Madruga.
Los baños minerales de Madruga, San Miguel y San Diego, son tónicos desobstruyentes, levemente diuréticos; convienen en todas las enfermedades generales por debilidad, en todas enfermedades del cutis, en la convalecencia, en las enfermedades envejecidas por los virus escrofulosos, venéreos, bubosos (…) Los paralíticos, algunos locos, las personas con obstrucciones en el bazo, los histéricos é hipocondriacos salen siempre aliviados o sanados (…).
En 1820, José O’Farrril, Gobernador General de Cuba, había dispuesto que los baños fueran propiedad del Ayuntamiento y este se responsabilizara de su mantenimiento. Disponían las instalaciones de un médico que ejercía como director y ofrecía consultas. Pero, en la práctica, la mayoría de los viajeros apostaban por disfrutar por su cuenta, sin acudir al galeno.
Al principio se hospedaban en bohíos endebles, provisionales, de yagua y guano. En 1821 los baños quedaron protegidos por casas de mampostería y techo de tejas, recursos que aportaron los vecinos más pudientes del lugar. En la década de 1860 se alojaban en el hotel Depósito de Don Cidra, nombre, ciertamente, más apropiado para almacén que para acoger a vacacionistas.
Aunque la temporada comenzaba en abril, arribaban clientes durante todo el año, dada las bondades del clima. Algunos se entregaban a “placeres ruidosos” durante la estancia, advertía un científico en 1881 y agregaba:
El que busca la salud no debe pensar en ellos, y nadie ignora que el alma exige calma y tranquilidad para que el cuerpo consiga restablecer su equilibrio. Tales son las precauciones que deben tomarse para aprovechar los baños.
Viajeros que vivían en Matanzas o llegaban a su puerto desde otros lugares del país o del extranjero utilizaban el ferrocarril para ir a Madruga. Refiere el pintor y escritor norteamericano Samuel Hazard en su libro Cuba a pluma y lápiz:
Los trenes parten de Matanzas, desde la estación situada al otro lado del río (…) a las 5.45 de la mañana y a las 2.30 de la tarde, empalmando en Sabana de Robles con el ramal de Madruga (…).
Lento desarrollo
Resultaba difícil reservar, en 1907, las habitaciones del hotel Delicias del Copey, pues la demanda superaba la oferta. Abierto todo el año, tenía salón de bill