Recorrer un pueblo o una ciudad, y maravillarme con sus construcciones es un privilegio que debo a mi amiga arquitecta Josefina Rodríguez.
Ella fue quien me presentó a Oscar Niemeyer (1907-2012). Recuerdo su fascinación contándome sus experiencias luego hacer un recorrido por varias de las obras del eminente arquitecto brasileño.
En una de nuestras conversaciones, Josefina mencionó que Niemeyer era un amante de las curvas. Al estar frente al Museo de Arte Contemporáneo de Niterói (museo MAC), ubicado en la ciudad del mismo nombre, en Río de Janeiro, entendí ese amor por las formas curvas al que se refería mi amiga.
El edificio se erige sobre una plaza de 2500 metros cuadrados, envolviendo con su estructura futurista la costa de Niterói. Con un diseño que evoca la imagen de un platillo volador, el MAC cautiva a los visitantes con su fachada circular y panorámica, pintada de blanco y atravesada por una línea negra de cristales triplex, detalle que le confiere una elegancia única.
Construido principalmente con hormigón, el edificio cuenta con una rampa zigzagueante que conduce a los visitantes hacia dos pisos superiores, así como con una escalera en forma de caracol que conduce hacia el subsuelo. Además, ofrece una vista panorámica de 360° de la bahía de Guanabara y las ciudades de Río de Janeiro y Niterói.
El complejo arquitectónico se levanta sobre un único soporte central de 9 metros de diámetro, alcanzando una altura total de 16 metros y un diámetro máximo de 50 metros. La construcción, que requirió cinco años y la participación de 300 obreros, rinde homenaje al hormigón redondeado, firma distintiva de Niemeyer.
Una impresionante rampa de color rojo guía a los visitantes desde el exterior, recorriendo 98 metros de curvas zigzagueantes hasta llegar a la entrada principal.
En su interior, el MAC ofrece un espacio multifuncional distribuido en cuatro plantas, que incluye áreas de recepción, salas de exposición, un balcón acristalado para disfrutar de la vista de la bahía de Guanabara, un auditorio y un restaurante.
De una manera pasional, el propio Oscar Niemeyer, en un video que se proyecta en la recepción del edificio, cuenta cómo fue el proceso de creación de su gema arquitectónica:
El terreno era estrecho, rodeado por el mar, y la solución ocurrió naturalmente, teniendo como punto de partida el inevitable apoyo central. De él, la arquitectura ocurrió espontánea como una flor. La vista hacia el mar era bellísima y había que aprovecharla. Suspendí el edificio y, bajo él, el panorama se extendió todavía más rico. Definí entonces el perfil del museo. Una línea que nace desde el suelo y sin interrupción crece y se despliega, sensual, hasta la cobertura. La forma del edificio, que siempre imaginé circular, se fijó y en su interior me detuve apasionado. Alrededor del museo creé una galería abierta hacia el mar, repitiéndola en el segundo pavimento, como un entrepiso inclinado sobre el gran salón de exposiciones.
La obra se inauguró el 2 de septiembre de 1996. Con 89 años ahí estuvo presente su autor.
La forma futurista creada por Niemeyer con el Museo de Arte Contemporáneo de