Aunque muchos tratan de encontrar algún documento que respalde el origen de la denominación de Carlos Manuel de Céspedes como Padre de la Patria, esta es una posición alcanzada por la vida o, mejor, por la historia. Es una distinción otorgada por el pueblo más humilde durante la República en Armas, cuando en territorios orientales le decían “el Presidente Viejo”, y consagrada posteriormente por historiadores y escritores.
Sin duda, la frase pronunciada por Céspedes como respuesta al ofrecimiento del Capitán General español de salvar la vida de su hijo Amado Oscar si renunciaba a la causa, tuvo mucho que ver. “Oscar no es mi único hijo, sino todos los cubanos que han muerto por las libertades patrias”. Aquí reside el núcleo duro de su consideración como padre de la nación, de los cubanos.
Desde que tenemos memoria sabemos que el bayamés ocupa esa distinción moral e histórica, ganada, sin pretenderlo, por su sacrificio, entrega, coraje e inteligencia. Debido a tal desempeño, los cubanos le han tributado respeto y admiración. Pero no siempre fue así; hubo momentos en que rendirle la merecida pleitesía era difícil y producía hasta desganos oficiales.
Así sucedió en 1919, cuando se cumplió el primer siglo del natalicio de Céspedes. Entonces, como suele pasar en estos casos, una persona se echó sobre sus hombros el esfuerzo principal para lograr el merecido homenaje.
El Archivo Nacional de Cuba conserva documentos que reflejan los avatares legales por los que pasó el Dr. Francisco de Paula Coronado para lograr que se conmemorara la fecha. El reconocido intelectual, nombrado al año siguiente director de la Biblioteca Nacional José Martí, realizó diversas gestiones en aras de que la conmemoración tuviese un destaque relevante.
En enero de 1919, Coronado escribió al Senado para recordar el centenario del natalicio del revolucionario independentista y solicitó que se conmemorase como merecía. El Senado acordó acceder a su solicitud y comisionó al político, abogado y estadista Cosme de la Torriente (1872-1956) para que editase la ley. Este, en acción de “allí fumé”, le encargó a Coronado que él redactara la ley, por ser el autor de la iniciativa. Así lo hizo y la ley fue aprobada en el Senado, pero el sistema bicameral existente requería también de la aprobación de la Cámara.
Coronado enfermó con influenza y estuvo un mes en cama. Según él mismo apuntó, no pudo activar “el asunto en la Cámara y durmió allí el sueño”. Como reza el refrán popular: “Las cosas de palacio van despacio”. Al restablecer su salud emprendió la lucha para que la Cá