Este es un cuento de hace casi 10 años que publiqué en mi libro La Palabra. Hoy, con cientos de miles de cubanos llegando sin parar a Estados Unidos, me ha venido a la mente:
El presidente Barack Obama entreabrió la puerta del Despacho Oval y deslizó una mirada furtiva a través del espacio que quedaba entre la hoja y el marco. La persona que solicitaba verlo era su secretario personal. Obama maldijo para sus adentros la falta de oportunidad de la visita. Estaba en medio de algo importante.
—Señor presidente, la información que tengo que presentarle no admite demoras. Podríamos tener algo gordo entre manos. Debemos evitar que nos explote en las narices.
Obama valoró por un instante la posibilidad de salir a ventilar el asunto a la antesala del Despacho Oval. Para eso tendría que abotonarse la camisa, afeitarse y lo más duro de todo: abandonar la acogedora comodidad de las chancletas por la elegancia fría y despiadada de los zapatos usuales.
—Lo que sea que me quiera informar, por muy importante que a usted le parezca, me lo puede decir por aquí —sentenció el presidente con una voz que dejaba traslucir incluso más disgusto que el que sentía en realidad—. Yo estoy trabajando, ¿sabe? Empleando dignamente el dinero de los contribuyentes.
—Claro, señor presidente, pero los analistas acaban de entregar esto y… simplemente se ve muy importante.
—A ver, comience, que no tengo todo el día…
—Como guste, señor. Verá: en las últimas dos semanas nuestros especialistas han detectado varios hechos que, aunque están diseminados por todo el territorio nacional y aparentemente desconectados entre sí, podrían estar relacionados y ser el preámbulo de algún ataque terrorista contra nuestra nación —dijo el secretario mientras intentaba acostumbrarse a la molesta sensación de hablar a través de la rendija de un centímetro y medio que el presidente permitía entre la puerta y el marco. La incomodidad se acrecentaba por unas murmuraciones que parecían salir de dentro del Despacho Oval.
—Por lo tanto —continuó—, es necesario que usted valore la amenaza real que suponen estos hechos.
—Bien, entiendo —dijo Obama—. ¿Cuáles son los hechos?
El secretario se tranquilizó un poco. Al final su misió