Hace 105 años, cuando la Organización Internacional del Trabajo (OIT) fue fundada, las condiciones laborales eran muy precarias, los obreros eran sometidos a ambientes que propiciaban la propagación de enfermedades, existía falta de regulación en las horas de trabajo, la contratación de mano de obra era un caos, y la explotación laboral junto al siempre complejo tema de los salarios generaban un descontento que parecía gritar al mundo la necesidad, urgente, de un mecanismo internacional que ayudara a visibilizar la necesidad de cooperación para obtener igualdad en las condiciones de trabajo en el planeta.
Todavía hoy la incertidumbre laboral pareciera ser la ecuación más permanente de siglo a siglo. Prevalece la desigualdad económica y, con ella, el qué puede pasar mañana, atizado por la persistencia de la pobreza de los trabajadores y los pronósticos relacionados con la elevación de la tasa de desocupación global.
El último informe anual de la OIT, publicado en enero del 2024, proporciona una evaluación integral de las condiciones laborales y sociales de varios países y declara que no se ha alcanzado una total recuperación económica y social tras la pandemia de COVID-19, en tanto el progreso de la justicia social se está ralentizando.
En resumen: el mundo continúa patas arriba.
Como un rayito de esperanza, muy tímido, a pesar de las dificultades económicas, en 2023 se vis