En Pablo la pasión por la medicina no está reñida con el amor por el emprendimiento. Cubano de la provincia de Holguín, se hizo médico por el ejemplo de su padre, pero no solo por seguir sus pasos o por verse obligado a continuar con un legado, sino porque realmente le apasiona ser cirujano. Al mismo tiempo siempre tuvo el bichito de los negocios, posiblemente heredado de su abuela libanesa.
“Yo me imagino trabajando y ayudando a mis pacientes hasta los últimos días de mi vida, pero también me encanta la parte de los negocios. Ver que logré algo, que me da dinero, que me da el sustento a mí y a los que me acompañan. Eso me encanta. Para mí es la combinación perfecta”.
Cuando mira hacia atrás piensa en su niñez y en su juventud como una etapa muy feliz, muy sana, sin tanta tecnología y con mucho calor humano, entre los amigos del barrio.
Desde pequeño veía en las películas que existían otros mundos y otras formas de vivir, pero nunca tuvo la oportunidad de viajar para conocerlos por sí mismo, hasta que le llegó una misión médica a Venezuela.
Ahí vio y bebió de otra realidad muy distinta a la de Cuba y esa experiencia, sumada a ser médico con dos especialidades, vivir agregado y con un salario que no le alcanzaba para darles una vida digna a sus padres jubilados y a sus hijos, hicieron que aflorara la idea de emigrar.
Primero pensó regresar a Venezuela, pero en Ecuador era mucho más fácil legalizar sus papeles para ejercer, así que partió al centro del mundo a intentar una nueva vida.
Al principio fue difícil, en lo que se legalizaron los papeles y conseguía trabajo como médico, estuvo ocho meses lavando carros, haciendo helados de paila y empanadas chilenas.
“Me alegro de haber pasado ese trabajo, porque me formó como persona y como ser humano, sentí que debía pasar por ahí para ser como todo el mundo. Después me dieron la mano y empecé a trabajar como médico y