En el siglo XXI, era de teléfonos inteligentes —útiles en nuestro día a día, pero que a la vez nos vuelven cada vez más inútiles y dependientes—, los viejos teléfonos públicos permanecen como una presencia habitual en las calles de La Habana.
A pesar de la proliferación de sus parientes más jóvenes, los smartphones, los viejos teléfonos públicos de monedas, o los más recientes que funcionan con tarjetas, siguen ahí, aferrados a postes y paredes despintadas.
Eso sí, quien desee comunicarse a través de uno de ellos, sea por necesidad o curiosidad, tendrá que hacer muchos intentos; muy pocos funcionan. Todos lucen añosos, oxidados y raídos. Moribundos y silentes.
La mayoría han sido mutilados, víctimas del vandalismo y la desidia y son apenas feas carcasas sin cables, sin teclas o sin auricular. Aparatos inservibles que siguen ahí, incólumes, contribuyendo a la onda retro y decadente de una ciudad en muchas cosas anclada al siglo XX.
En 2022 habían unos 57 mil teléfonos públicos instalados en el país, según un reporte de la agencia IPS, que añade que las líneas de telefonía móvil habían registrado un aumento de más de medio millón entre 2021 y 2022.
Oficialmente el teléfono fue patentado en 1876 por Alexander Graham Bell, escocés radicado en Estados Unidos. Pero otras fuentes apuntan a que el verdadero inventor del aparato fue Antonio Meucci, italiano radicado en La Habana quien, tras probar varios prototipos, construyó el “teletrófono” en 1854, mucho antes de que Graham Bell inscribiera el suyo en la oficina de patentes estadounidense.
Donde sea que se haya inventado el teléfono, aquella Habana colonial no se quedó atrás y tuvo su primer aparato de este tipo en 1877, y ya en 1885 la ciudad contaba con un incipiente servicio de telefonía pública.