LA HABANA, Cuba.- A los 45 abriles, Luis Ortiz sigue queriendo dar la talla entre las cuerdas. Es consciente de la erosión que traen los años (al menos eso dejan entrever sus palabras), pero siente que todavía hay dinamita en unos puños que mandaron a la lona a la mayoría de los rivales.
El zurdo nacido en Camagüey, quien una vez llegó a ostentar el título interino de los pesos pesados de la Asociación Mundial, no esconde que tiene sueños por cumplir. “El tiempo de Dios es perfecto”, repite una y otra vez mientras evoca el campeonato ganado por George Foreman con la misma edad que él tiene ahora.
Por la época que representó a la escuadra cubana de boxeo, Ortiz fue subtitular de la Copa del Mundo celebrada en 2005. Los expertos celebraban entonces su envergadura mastodóntica y la potencia de sus golpes, y cuatro años después, una vez que emigró, comenzaron a alabar una singular capacidad para los contraataques.
Parecía que un cubano tocaba a las puertas de la corona más cotizada del profesionalismo. Así, la maquinaria echó a rodar entre bautizos esperpénticos (‘King Kong’) y comparaciones de sus rectos de izquierda con el impacto de meteoritos, trenes y otras fuerzas supremas. A la par, los contrarios caían en caravana…
Lastimosamente, el gran sueño de Ortiz no se ha cumplido. Cierto es que en 2015 estuvo cerca al derrotar al argentino Vidondo por el referido fajín interino, pero luego la oreja peluda del dopaje asomó a su ventana y el camino a la cima se le llenó de minas.
De tropiezos, autoconfianza y recuerdos indelebles, pero sobre todo de ambiciones en pie y perseverancia a prueba de misiles, van las respuestas que ‘King Kong’ Ortiz tuvo la deferencia de concederle a CubaNet en medio de los sudores del gimnasio donde sigue lanzándole golpes a la desesperanza.
—¿Por qué el boxeo?
—Antes de llegar a este deporte yo solo practiqué fútbol y judo. Escoger el boxeo fue algo lindo. Era mi destino. Cada persona viene a la vida con un camino trazado y me siento orgulloso de haber tomado éste.
—Boxeas desde los diez años. ¿Cuán dura fue tu infancia?
—Fue mala pero yo digo que limpia. Tuve muchas carencias, necesitaba cosas en todos los sentidos: no zapatos, no ropa, no comida…
—Y entre tanta vicisitud, ¿cómo hiciste para cumplir con los rigores del deporte?
—Entrenando como fuera. Si amas el boxeo tienes que hacerlo así. Incluso fue complicado cuando llegué a Estados Unidos: no tenía cómo moverme, el vecino me tocaba la puerta para cobrar la renta y yo me quedaba apenas con 400 pesos… La pasé dura pero nunca paré. Ni en Cuba ni aquí.
—¿Te consideras una persona violenta?
—Para nada. Pienso que la mayoría de los boxeadores dejamos la violencia en el gimnasio y en el ring.
—¿Hasta qué punto