A los pies de la ventana, del otro lado del cristal toma el sol una enorme iguana. Con una mirada similar, tras pegar mi testa al cristal colimo al lagarto. No se mueve, tampoco yo.
Una lluvia de rayos UVA y medio millón de grados Fahrenheit caen sobre la iguana y hacen de South Miami Beach un sitio ideal para el spring break de 2024. Los residentes protestan ante la llegada de «los bárbaros». Dispuesto a leer cada cartel con tal de entender cuanto me rodea, en la puerta de un restaurante en el que advierten que solo se puede pagar con tarjetas vi otra señal tajante en relación con las vacaciones de primavera, ofrecían servicio solo a los residentes en Miami Beach.
La oleada de estudiantes y ciertos «depredadores» que desfilan entreverados en el casi infinito grupo de jóvenes tensa las cuerdas en buena parte de la isla. La Policía decreta el estado de sitio, levanta barreras y prohíbe parqueo y circulación por ciertas calles y ubica check points en las arterias que conectan la isla con el continente. Un despliegue nivel película del sábado en la noche.
En la duna de la playa, antes del crepúsculo veo desfilar a la caballería en sus jeeps patrulleros y quad bikes. Sentado siempre a la izquierda de la caseta del salvavidas, llega a mí el olor de la mariguana y el rumor de una profesora de yoga mientras hace de sus alumnos unos juncos demasiado flexibles. «Vida de contrastes», digo para mí mientras la caballería se aleja.
No estoy incluido en el loco paréntesis en el que corre el alcohol, la música, mucha hierba, sudor, dinero y fluidos entre tantos pequeños detalles que tal vez nunca sabré. No me toca, al menos no por el momento. Así de sencillo.
Al interior de la habitación del apartamento en el que estoy rentado soy un chipojo camuflado tras el pardo color del sobreviviente. Es el tono del pellejo de quien temporalmente dejó atrás casa, familia, amigos, barrio, costumbres y un país en estado comatoso. Desde un iPhone, con una cuenta ilimitada de T-Mobile y el muy añorado código telefónico de Florida, todo gracias a la ayuda de una gran amiga, veo una y otra vez los videos de las protestas en el oriente de la otra isla, Cuba.
«Patria y vida», «libertad», «comida y corriente»… Negros pobres en su mayoría salieron a las calles. Es la gente más jodida, la que no puede irse ni siquiera del barrio.
«Comida y corriente», no por básico ese alarido es en extremo político. Era el 17 de marzo de 2024. Es el 17M y por supuesto conecto mentalmente las imágenes con las del 11J y con la narrativa oficial que otra vez instaura el mismo relato.
Tras el incendio de la Base de Supertanqueros en Matanzas, a una amiga que literalmente lleva años sin salir de su casa le dije que en Cuba podían suceder eventos todavía peores. «¿Qué cosa peor que esta nos puede pasar?», me dijo, chateábamos por Messenger. A través de la ventana de mi casa en La Habana veía la casi infinita columna de humo.
De cara a esa otra ventana con vista hacia Cuba en la que ha devenido mi teléfono, sigo lamentando no haberme equivocado en mi pronóstico. El episodio del vice primer ministro y ministro de Economía y Planificación Alejandro Gil, con su peculiar timeline y extraña dramaturgia, es otra señal de la atroz caída en picada. El sujeto que pedía calma, comprensión y sacrificio,